A la luz de la riquísima experiencia revolucionaria del pueblo chileno a lo largo de un siglo, especialmente la Revolución Chilena (1965-73), la Rebelión Popular (1983-1990), y el Estallido Social del 18 de octubre de 2019, o 18-O, y en medio de las turbulencia de la crisis política en curso, a nivel mundial y nacional, este ciclo se propone revisitar los principales aspectos de este concepto central de la ciencia política, en homenaje al centenario de Vladimir Ilich Lenin, conductor de la Revolución Rusa, que inspiró las principales revoluciones del siglo XX incluida la chilena, y Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista de Chile. Contará con 12 sesiones telemáticas, transmitidas en vivo. Continúa de este modo a lo largo del año 2024, la rica experiencia del ciclo CENDA de 2023 “El Legado del Presidente Salvador Allende, Hoy”. Conmemoración de los 50 años de su inmolación en La Moneda». La bibliografía básica a revisar a lo largo del ciclo será el título homónimo de la gran teórica revolucionaria chilena Marta Harnecker, “La Revolución Social. Lenin y América Latina” y “Luis Emilio Recabarren, Escritos de prensa”, compilados por Ximena Cruzat y Eduardo Devés.
Manuel Riesco(*). Santiago. 5/2/2024. Este ciclo se desarrollará en medio de las gigantescas turbulencias de todo orden que genera la crisis política en curso, a nivel mundial y nacional, manifestada en una peligrosa pérdida de legitimidad de las instituciones políticas. En palabras de uno de los autores homenajeados, en un marco de imposibilidad de las elites dirigentes de continuar gobernando como hasta ahora.
Las instituciones organizadoras consideran que una reflexión acerca de la revolución social, concepto fundamental de la teoría política clásica que sólo se manifiesta en condiciones de crisis política general, puede aportar hoy a configurar una acertada conducción de inevitables irrupciones popular masivas en el centro de la actividad política, lo cual resulta indispensable para superarla en un sentido de progreso.
Crisis política global
La gravedad de la crisis política a nivel global se manifiesta principalmente en las guerras en curso en Ucrania y Palestina. Sin duda ha influido en ella la agudización de contradicciones al interior de las potencias que desde hace tres siglos han hegemonizado al mundo en virtud de que accedieron en forma pionera a la era moderna, el autodenominado «Occidente».
Ello sin duda es consecuencia, en parte, de la gran crisis económica de las economías desarrolladas, iniciada junto con el presente siglo. Estas tocaron fondo al fin de la primera década y se encuentran recién a medio camino de recuperación, aún lejos de su nivel máximo anterior a la crisis.
Sin embargo, el hecho económico principal en el trasfondo de la crisis política mundial es la evidencia del inevitable emerger de los países y regiones, bueno, emergentes. Especialmente las potencias emergentes hoy agrupadas en el denominado BRICS, conformado inicialmente por Brasil, Rusia, India y China, al que algunos años después se agregó Sudáfrica, y en 2023 se ha ampliado con varios países más.
Esta extraña denominación a partir de la sigla de las primeras letras de los nombres de estos países, que significa ladrillo en inglés, rinde merecido homenaje al artículo homónimo del economista Jim O’Neill, jefe de estudios de uno de los principales bancos de inversión globales y oriundo de la ciudad de británica de Manchester, aledaña a Glasgow, ciudad en cuya universidad estudió y enseñó Adam Smith, ambas vieron nacer la revolución industrial hace más de dos siglos. O’Neill fue el primero en demostrar, en un artículo homónimo publicado en el año 2003, que a mediados de este siglo la economía de los cuatro BRIC originales superaría con holgura la de los países que conforman el autodenominado “Occidente”.
Dicho emerger es impulsado desde las profundidades tectónicas por el avance poderoso de la urbanización. Con el consecuente abandono de las viejas formas de vida y trabajo en el campo tradicional, y su producción destinada principalmente al autoconsumo de la propia familia campesina. Para transitar a la moderna producción mercantil, principalmente urbana y destinada casi en su totalidad a venderse en el mercado.
Este último acto es el que otorga a las manos del pueblo trabajador el toque del Rey Midas. A partir de ese instante todo lo que tocan se convierte en oro. Su trabajo toma la forma de valor agregado a las mercancías vendidas en el mercado y es medido rigurosamente en el Producto Interno Bruto, PIB. Así se constituye en naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, según reza el título de la obra de Smith.
Según NN.UU., recién en la primera década de este siglo la Humanidad sobrepasó por vez primera un hito decisivo de la historia universal, cuando el número de personas que viven en ciudades superó el de quienes siguen viviendo en el campo, en el mundo entero. Sin embargo, el proceso de urbanización a nivel global ha adquirido un ritmo vertiginoso, que en pocas décadas transformará la sociedad humana completa, al barrer como un gigantesco tsunami social, económico, y político, a los países y regiones donde habita el 90 por ciento de la humanidad.
Tal como experimentó Chile desde el censo de 1930, que constató que sus habitantes atravesaban el mismo hito por acá, entre sus consecuencias están las sucesivas explosiones, demográfica que multiplica la población al menos por cuatro, y económica que multiplica el PIB al menos por veinte, en los países por donde pasa.
El emerger del resto del mundo ha creado así condiciones para que se extienda con alarmante rapidez en las poblaciones y elites del autodenominado “Occidente”, la idea demencial de intentar mantener por la fuerza una hegemonía global que ya no les otorga la superioridad de su acceso pionero al modo de producción moderno, de la cual gozaron a lo largo de tres siglos.
Felizmente, y como contrapartida de lo anterior, se aprecia el asimismo incipiente surgimiento de una alianza del poderoso conjunto de potencias emergentes, hoy agrupadas precisamente en los denominados BRICS.
Todo lo sólido se desvanece en el aire
El ascenso de estas peligrosas tendencias agresivas en «Occidente”, fue facilitado asimismo por la transitoria debilidad del campo emergente o «Sur Global» como se autodenomina, a raíz del desplome de la Unión Soviética y el denominado campo socialista europeo en la última década del siglo pasado.
Desde el punto de vista de la teoría política, sin embargo, los procesos de fin de siglo que acabaron con el “socialismo real” en toda Europa tienen un significado esencial. De acuerdo a esta ciencia parece adecuado denominarlos como revolucionarios puesto que surgieron de crisis políticas nacionales. Estas eran tan profundas que varios de esos regímenes, incluido el de la propia URSS, el más sólido de lo sólido, se disolvieron en el aire, en la hermosa expresión de Marx, sin necesidad de una lucha de masas prolongada ni disparar un sólo tiro.
Desde el punto de vista teórico, dichos procesos restablecieron en sus justos términos nada menos que el carácter de la época histórica que vivimos, punto de partida ineludible de cualquier análisis político al decir de uno de los autores homenajeados. Consecuentemente, también restablecieron el carácter de todas las revoluciones del siglo XX, incluida la rusa de 1917.
Tras presenciar la caída del muro y descubrir que detrás el comunismo seguía siendo un fantasma, pero que emergen en cambio de allí vibrantes economías de mercado que a poco andar van a sobrepasar las del lado de acá, no cabe duda alguna que el carácter de la época no es otro que el que Marx y Engels habían reconocido. Es decir, que lejos de haberse iniciado en 1917 la transición al socialismo o como se llame la sociedad que en algún momento sin duda sucederá al capitalismo, seguimos viviendo un siglo después en la época de transición de la vieja sociedad agraria tradicional a la moderna era urbana y capitalista. Igualmente, el carácter de todas las grandes revoluciones del siglo XX, incluidas la rusa y por cierto la chilena, fue democrático-burgués, tal como proponía el programa bolchevique, con la tarea histórica de abrir paso a la modernidad, urbana y… ¡capitalista!
¡Menudo aporte teórico!
Los Estados que surgieron de todas ellas, incluida la rusa, lejos de constituir un fracaso histórico, fueron formas más o menos radicales y avanzadas del desarrollismo estatal que ha presidido todas las transiciones a la modernidad, incluida la rusa. Todos esos desarrollismos estatales, con sus luces, sombras y espantos, fueron notablemente progresistas. Sin duda el soviético más que ninguno, como atestigua su heroica proeza de derrotar al fascismo en la Segunda Guerra Mundial, y su apoyo a todas las revoluciones anticoloniales y antiseñoriales del siglo XX, incluida la chilena.
La carnicería espantosa de la guerra mundial, que enfrentó a las potencias imperialistas surgidas de las ilustradas revoluciones burguesas europeas de los tres siglos precedentes, acabó para siempre con el espejismo liberal de un futuro sin contradicciones. Al contrario, las agudizó hasta el genocidio, el más horroroso de los muchos crímenes humanos. Nada extraño entonces que muchos pueblos, incluido el ruso y el chileno, se inspirasen en ideales post capitalistas para hacer sus propias revoluciones democrático-burguesas.
Revolución Social
Las grandes Revoluciones Modernas jalonan la enrevesada ruta alrededor del planeta que ha seguido hasta ahora el tormentoso advenimiento de esta época histórica.
Bien sabido es y desde siempre, que la historia se mueve en la tensión permanente entre los de arriba y el pueblo trabajador. Éste es muy paciente, pero de tanto en tanto pierde la paciencia e irrumpe masivamente en el espacio político. Para hacerse respetar y resolver las constantes pugnas entre las diferentes fracciones de los de arriba, en favor de aquellas que muestran disposición a realizar las reformas en cada momento necesarias para el continuado progreso de la sociedad.
Bien sabemos que es así quienes tenemos el privilegio de ser veteranos participantes en tres de estas irrupciones masivas del pueblo chileno en política, las más importantes de todas, de haber presenciado otra cuando niños y ser contemporáneos de aún otra, de las que han sacudido al país a cada década en promedio a lo largo de un siglo.
Así ocurre en todas partes y en todas las épocas, así se mueve la historia, así transcurre también el advenimiento de la modernidad, la época en que nos toca vivir.
Pero de todas estas irrupciones populares hay una sóla que se distingue de todas las demás. Como dice Albert Souboul, el gran historiador de la Revolución Francesa, es aquella en que el pueblo campesino despierta de su siesta secular y se une al pueblo trabajador de las nacientes urbes y al resto de la ciudadanía, en una ola singular y gigantesca que barre con el viejo régimen de vida y trabajo de una vez para siempre.
Es precisamente la que estremeció y fecundó a Chile desde mediados de los años 1960 y hasta 1973, conducida en su fase de ascenso por el gobierno de Eduardo Frei Montalva, y en su fase desplegada por el de Salvador Allende. Los mil días de su gobierno hicieron honor a lo que escribió uno de los autores que celebran centenario, “hay décadas en que no pasa nada; hay semanas en que pasan décadas”, realizando en mil días transformaciones imperecederas que marcaron siglos.
La ciencia política del siglo XX, y este es el principal hallazgo de uno de los autores homenajeados, develó que estas irrupciones populares no surgen de modo caprichoso sino siguen un curso cíclico lento y pesado, que las eleva primero lenta y luego más rápidamente hasta que se despliegan en todo su poder, para posteriormente amainar e iniciar un nuevo ciclo. Es una forma de movimiento parecida a la de grandes masas de partículas en la naturaleza, cuyo constante movimiento y choque se influye mutuamente hasta confluir en determinada dirección y sentido.
No hay fuerza humana capaz de frenar o invertir súbitamente su curso. Sólo se puede incidir muy levemente sobre ella como hace un pequeño timón sobre la trayectoria de un pesado transatlántico, pero su manejo firme y acertado puede evitar que se estrelle o caiga por un despeñadero, logrando en cambio que fluya como una fuerza transformadora y constructiva poderosa. El arte de tal conducción constituye la forma más elevada de la política, la más importante de todas las actividades humanas puesto que dirige nuestro actuar colectivo.
Crisis política en Chile
Las transiciones a la modernidad en cada pueblo que ha recorrido este camino hasta el momento, están signadas por sus grandes Revoluciones, pero también por derrotas espantosas. La escena inicial de Los Miserables, la gran obra de Víctor Hugo, son los campos humeantes de Waterloo sembrados hasta donde se pierde la vista de cadáveres de los héroes de Francia.
Los mismos que en pocos años guillotinaron a su rey y antiguo régimen y se guillotinaron unos a otros, al tiempo que legaron al mundo las modernas repúblicas, el código civil y el sistema métrico decimal, la Marsellesa y la Internacional, y el ejército de ciudadanos que expulsó de su tierra todas las potencias invasoras de Europa y se paseó luego por el continente derrocando a todos los absolutismos y marcando en la batalla de Jena nada menos que el fin de la historia, al decir de Hegel.
Guardando con toda modestia las debidas proporciones, la imagen no menos trágica de la Moneda en llamas y el Presidente Allende inmolado en aras de la lealtad de su pueblo, como aún resuena en el metal tranquilo de su voz, ha quedado asimismo grabada para siempre en la historia de las grandes Revoluciones Modernas.
Al igual que en Francia, a la derrota siguió la restauración del viejo régimen, allá volvieron por sus fueros el rey y los nobles ¿quién recuerda hoy a tales empolvados? Por acá, protegida bajo el capote militar de un tiranuelo basto, cobarde, criminal y corrupto que traicionó a su Presidente y a su Patria, se restauró la vieja oligarquía agraria. Más bien sus vástagos henchidos de odio revanchista, disfrazados ahora de revolucionarios fanatizados por el ideario de profesores liberales demenciados, extremistas peligrosos cuyas recetas precipitaron a la economía de crisis en crisis, al período económico más negro de su historia.
Se denostó a la Revolución y sus héroes. Se asesinó, exilió, apaleó, atropelló y abusó del pueblo. Tras el golpe se rebajaron a la mitad los salarios reales y la participación de estos en el PIB que habían logrado antes del golpe. Se expropiaron sus cotizaciones previsionales y se desviaron a financiar negocios de un grupete de empresarios, a costa de la miseria en la vejez del pueblo trabajador que hizo posible la Revolución Chilena.
La vida económica, social y cultural del país sufrió un retroceso en todos los ámbitos. Los oligarcas restaurados se apoderaron de la mayor parte de las riquezas del subsuelo y de las empresas del Estado. Por si todo eso fuera poco, establecieron monopolios en todos los demás mercados, cobrando sobreprecios desde los medicamentos a los pollos y hasta el papel higiénico. El país fue hegemonizado así por un piño de jeques sin turbante que viven principalmente de la renta de tales usurpaciones. A pesar de ellos, la moderna estructura social del país que es la herencia principal de la Revolución, ha continuado pujando desde abajo por surgir. No hay jeque que la resista por mucho tiempo.
Tampoco a la ira acumulada del pueblo. Este cayó aplastado por una fuerza militar abrumadora digitada desde el extranjero que, tras varios intentos frustrados sólo tuvo éxito cuando la marea popular transformadora, cumplida ya su tarea y realizadas las reformas necesarias, venía mostrando inevitables signos de agotamiento tras casi una década de despliegue incesante. Quizás ello no fue captado a tiempo por la Unidad Popular, aunque sí fue advertido por el Presidente y varios de sus partidos.
El pueblo fue derrotado pero, como pidió su Presidente, no se dejó avasallar. Mantuvo en alto su dignidad, resistió desde el primer día, tejiendo un velo espeso que no logró ser penetrado por los esbirros del dictador. Una nueva rebelión popular, la más heroica y compleja en que aprendió a enfrentarse en todos los terrenos a la dictadura, lección que no olvida, acabó con ella en los años 1980.
Las tres décadas siguientes transcurrieron en democracia, la que si bien realizó muchas cosas, nunca fue capaz ni lo pretendió siquiera, de acabar con los grandes abusos y distorsiones de la restauración impuesta a sangre y fuego el 11 de septiembre de 1973, Al revés, la vieja oligarquía restaurada siguió campeando por sus fueros, sobre la estela del temor y el dinero que se adueñó de la política.
Así se llegó al 18 de octubre de 2019, cuando el pueblo irrumpió nuevamente en el centro de la escena política. No la ha abandonado ni mucho menos. Al revés, a través de una pandemia sin precedentes que derrotó con la disciplina de que es capaz en su acción colectiva, ha continuado manifestando su indignación creciente en 19 elecciones nacionales sucesivas a lo largo de tres años y medio.
La conducción política, el factor subjetivo de la revolución social
A diferencia de lo ocurrido en los años 1960 y hasta el golpe, y nuevamente en los años 1980, esta vez las fuerzas políticas progresistas no han estado a la altura de la circunstancia. Se han agrupado en la coalición más amplia de la historia del país, aquella que votó Apruebo en el plebiscito constitucional y en contra en el más reciente. Controlan el gobierno central, la mayoría de los gobiernos locales y la mitad del Parlamento, Sin embargo, hasta ahora no han sido capaces de canalizar la fuerza poderosa de la indignación del pueblo para realizar las reformas necesarias con la decisión que en su momento mostraron los Presidentes Frei Montalva, y especialmente Salvador Allende y la Unidad Popular.
Mala cosa, porque dejan el terreno libre a que la indignación popular caiga en manos de sinvergüenzas, canallas y criminales, financiados por la oligarquía que no quiere aflojar sus restaurados privilegios. Esos tipos inevitablemente llevan los países al suicidio, como muestra la trágica historia de Europa en el siglo XX.
Estamos a tiempo de reaccionar. No hay que seguir vacilando sino terminar ahora con la restauración oligárquica y los grandes abusos que se impusieron el 11 de septiembre de 1973. Sólo así el sistema democrático recuperará su legitimidad hoy perdida del todo. Sólo así el país pondrá fin a su era de revoluciones y se adentrará con paso firme en el gigantesco progreso que representa la era moderna.
Ésta tampoco durará para siempre, porque sigue formando parte de la prehistoria de la humanidad al mantener sometido al pueblo trabajador, aunque sea mediante cadenas de oro. Pero para eso falta aún un buen tiempo, al menos el requerido para que la mitad del mundo que recién emerge a la era moderna alcance a disfrutar de ella, y la minoría que accedió primero acepte que ello ocurra sin pretender la locura de intentar frenarlo por la fuerza.
En esas estamos.
(*)Manuel Riesco es ingeniero civil industrial, magister en Economía de la Universidad de Chile, doctorado en Economía Política en el Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias de Rusia y Vicepresidente del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (CENDA).