HABLEMOS DE LA TELE. Clase política y clase media

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Con la liviandad que los caracterizan, los canales de televisión aplican con todo desparpajo una serie de características discutibles para definir estratos desde los más altos hasta los más bajos sin que haya suficiente análisis serio que respalden la multidimensionalidad de la llamada población “vulnerable” que incluiría a los sectores más desvalidos de nuestra sociedad.

José Luis Córdova. Periodista. El Siglo”. Santiago. 7/8/2023. Un lugar común utilizado hasta el cansancio dice que “el lenguaje crea realidad”. De eso se trata con frases como “la clase media”, “la clase política”, conceptos que hicieron populares los medios de comunicación y la televisión los utiliza constante y deliberadamente sin proyectar sus verdaderos alcances. De acuerdo con la sociología moderna, la estratificación de la sociedad actual permitiría clasificaciones en ciertas capas de acuerdo con el poder adquisitivo, económico, la posición en el marco de las instituciones burocráticas y las funciones productivas, entre otras condicionantes.

Con la liviandad que los caracterizan, los canales de televisión aplican con todo desparpajo una serie de características discutibles para definir estratos desde los más altos hasta los más bajos sin que haya suficiente análisis serio que respalden la multidimensionalidad de la llamada población “vulnerable” que incluiría a los sectores más desvalidos de nuestra sociedad. Lamentablemente el uso y abuso de esta terminología permite excesos y omisiones que no reflejan la realidad. Son precisamente estos grupos humanos los más expuestos y vilipendiados en las informaciones, utilizados como “chivos expiatorios”, sin considerar -por ejemplo- la presunción de inocencia ni la protección de niñas, niños y adolescentes en extrema pobreza.

Desde Marx hasta Recabarren y Gramsci puede asegurarse científicamente que coexisten dialécticamente ricos y pobres, propietarios y proletarios, explotadores y explotados. La imposición globalizada del capitalismo -en su fase más brutal del neoliberalismo- ha determinado una amplia gama de trabajadores que absorbe términos tan pueriles como los de “capas medias”, “clase alta”, “baja” y “media”, que son desperfilada por los porfiados hechos cotidianos por la informalidad en el trabajo, los despidos, el comercio ambulante, la desocupación, los pensionados, personas en situación de calle y vastos sectores que sobreviven subvencionados por el Estado, incluidos indiscriminadamente -por cierto- junto a la delincuencia, el crimen organizado, el narcotráfico y el hampa.

El poder económico, los intereses creados, el tráfico de influencias y otros poderosos mecanismos que se expresan sin ambages en el mundo de las comunicaciones, de la actualidad noticiosa y de los derechos sociales básicos, desplaza y excluye a amplias gamas de la población que incluye etnias originarias, inmigrantes, personas con capacidades diferentes, desertadas o des escolarizadas del sistema formal. Así, “la clase media” pende peligrosamente en el abismo de caer de la marginalidad y la miseria.

En tanto, la mal llamada “clase política”, no es más que la vieja elite autocrática o autárquica en el poder, son los más mediáticos dirigentes de partidos y movimientos, parlamentarios, uniformados o autoridades representativas -o designadas- en diferentes esferas de gobierno o la administración central o regional. Mientras, líderes de organizaciones sociales del más amplio tejido no pueden ni deben incluirse en la definición mañosa de “clase política”. ¿Acaso la senadora Fabiola Campillay, la diputada María Candelaria Acevedo, el joven Gonzalo Gatica, académicos, artistas, intelectuales, profesionales, técnicos y otras personalidades destacadas pueden considerarse integrantes de la mentada clase política?

Hace muy mal la televisión en su afán de globalizar conceptos (peor aún hablar de “deconstruir”), al incorporar en grupos supuestamente homogéneos a oscuros personajes de nuestra historia reciente como animadores o “politólogos” -aunque hayan sido autores de malversación de fondos públicos, mal uso de información privilegiada, colusiones, sobresueldos, nepotismo, clientelismo y amiguismo consideradas como “capacidades” para formar parte de una clase “política” que cae con pasmosa facilidad en la politiquería, el populismo y la corrupción.

Programas matinales y noticieros de televisión se esmeran y hasta compiten en dar tribuna a personalidades cuestionadas o de dudosa reputación como promotores de la democracia y la institucionalidad y que provienen de sectores que respaldaron el golpe civil militar de hace 50 años, avalaron las crueles violaciones a los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura mediante el terrorismo de estado.

A cinco décadas del derrumbe de nuestra democracia han resurgido posiciones retrógradas que, durante el actual proceso constituyente, pretenden retrotraer la historia, superar o derogar justas conquistas y avances civilizatorios, atacar con especial virulencia al actual gobierno electo democráticamente, reeditando operaciones y maniobras que terminaron con el Gobierno del Presidente Salvador Allende y de la Unidad Popular.

Ni la “clase política”, ni la “clase media” serán las llamadas a constituir un amplio frente antifascista que impida retrocesos, terminar con la paridad de género, decisiones de las mujeres sobre la maternidad, el sexo o sobre su propio cuerpo y otros derechos sociales básicos como la salud y la educación sin fines de lucro, el derecho a la vivienda, el medio ambiente sano y el derecho a la comunicación entre otros esenciales para la convivencia humana. 

Desterrar estos términos equívocos de los medios de comunicación e imponer valores democráticos reales con equidad, sin odiosidades ni negacionismos es tarea fundamental -en primer lugar- de los medios públicos, así como de prensa, radio y televisión al servicio de las grandes mayorías ciudadanas para reparar y no repetir la negra y larga noche de la dictadura.