El sector agrícola en las regiones del centro y sur del país consume el 37% del agua y el forestal un 59%. 17% del déficit es causado por el cambio climático y el 44% de él se debe a la deficiente gestión de este recurso, que incluye los turbios efectos del “mercado del agua”.
Claudio De Negri. Periodista. 10/02/2023. Ciertamente, lo primero es apoyar la labor de quienes se esmeran en frenar los incendios y rescatar a los miles de familias que lo perdieron todo.
Pero lamentablemente sabemos que un segundo problema se avecina: si no abordamos como país las causas que originaron la tragedia, es altamente probable es que ésta volverá a ocurrir. Y hay datos objetivos que demandan con urgencia de políticas públicas para impedirlo.
Ya en 2014 el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, dependiente de Naciones Unidas, confirmaba a nuestro país como altamente vulnerable a los efectos del cambio climático, entre otras razones por su escasez hídrica, acentuada por el calentamiento global.
Como datos duros; el sector agrícola en las regiones del centro y sur del país consume el 37% del agua y el forestal un 59%. 17% del déficit es causado por el cambio climático y el 44% de él se debe a la deficiente gestión de este recurso, que incluye los turbios efectos del “mercado del agua”, uno de los temas amarrados por la Constitución espuria de 1980.
El consumo doméstico sólo representa un 2% del consumo, de modo que la campaña “ducharse en tres”, que en el gobierno pasado tuvo como ícono a la entonces Ministra Schmidt saliendo en su bata de la ducha, no parece más que un chiste difícil de calificar, pero que tiene como trasfondo el propósito de traspasar, una vez más, la responsabilidad del drama a toda la población. El conocido argumento de que “la culpa la tenemos todos”. Algo similar a lo ocurrido con la eliminación de las bolsas plásticas de los supermercados, mientras nos atiborramos de los más diversos envases desechables, inmensamente más perniciosos que las mentadas bolsas. Es la estrategia publicitaria destinada a manipular la sensación de que estamos haciendo algo, y así no hacer nada donde realmente duele.
No se trata de restar valor a la participación y toma de conciencia de las personas comunes, pero reducir el origen del problema a esas medidas resulta simplemente grotesco frente a la magnitud del daño.
Diversidad de estudios serios documentan la mayor vulnerabilidad de los monocultivos frente a los incendios, por la forma en que secan las fuentes naturales de aguas subterráneas y vertientes que coexistieron por siglos con la flora nativa adaptada a los rigores de un país volcánico, que es indiscriminadamente sustituida por bosques de especies exógenas como pino y eucalipto.
En otro plano, aunque no menos relevante, son también de consideración los dantescos efectos sociales, culturales y sobre la soberanía alimentaria, de la instalación desenfrenada de enormes instalaciones de empresas forestales que toman el control de grandes extensiones de ese territorio.
Los cambios legislativos acerca del manejo de recursos hídricos y de suelos continúan “atrancados”, no solo en el debate parlamentario, sino – más preocupante aún – en su desarrollo de planteamientos precisos y de fondo en un debate público a menudo cautivado por los noticiarios con el recuento de los distintos sucesos de la tragedia, con testimonios puntuales de diversos episodios, pero que no aluden a las causas estructurales que dan origen del drama.
Luego de la catástrofe vendrá el momento de debatir las medidas para que esto no se repita, de concentrarnos en la prevención más que limitarnos a la cura. O lo que es peor, de la tendencia a reducir este drama humano y ambiental a su presentación en un formato de reality Show.