No veo razones para seguir legitimando semejante fraude. Me repugna escuchar pontificando a los parlamentarios más despreciables, resucitados por el resultado del Plebiscito de salida. Es un coro destinado a encubrir su verdadero propósito: cambiar para que nada cambie.
Miguel Lawner (*). Santiago. 08/12/2022. El espectáculo que ofrece el Parlamento chileno tras el resultado del Plebiscito efectuado el 4 de septiembre pasado, rechazando en forma abrumadora el proyecto de nueva Constitución, se presta para que nos preguntemos legítimamente: ¿cuándo se jodió Chile?
Es como una película de horror, o una comedia de equivocaciones. Han resucitado los personeros más despreciables de la política chilena: aquellos que permanecían sumidos en el total repudio ciudadano desde las memorables manifestaciones en octubre de 2019, que movilizaron pacíficamente a 1.200.000 personas en Santiago y otro tanto en el resto del país.
En esos días, tras un amenazante estado de continuas movilizaciones, el Parlamento se vio forzado a convocar a un plebiscito consultando 1°: si aprobaba o rechazaba la idea de escribir una nueva Constitución y 2° si una nueva Constitución sería redactada por un organismo integrado en su totalidad por personas electas, o en un 50% por personas electas y el resto por miembros del Parlamento. Ambos resultados fueron abrumadores, favoreciendo con un 80% de los electores, la opción de aprobar la redacción de una nueva Constitución y por un porcentaje semejante, que todos sus miembros fueran electos, con representación paritaria y de nuestros pueblos originarios.
Además, el plebiscito tuvo gran convocatoria, superando todos los anteriores porcentajes de participación.
La derecha y miembros de la ex Concertación impusieron otra exigencia, en apariencia inalcanzable: el acuerdo de 2/3 de los Convencionales para aprobar cada uno de sus artículos, subrayando la necesidad de alcanzar el consenso necesario para asegurar la futura gobernabilidad del país. Eso significaba reunir 103 votos.
Parecía una meta inalcanzable. Otra valla difícil de salvar en esta carrera de obstáculos, con una derecha obstructora dilatando el debate de todos los párrafos de cada artículo, los cuales, finalmente, fueron aprobados por mayorías abrumadoras, alcanzando entre 115 a 134 convencionales.
Esto es consenso auténtico, no el que se acostumbraron a practicar los poderes fácticos en la historia reciente de Chile, fraguando las leyes en complicidad con un puñado de parlamentarios serviles a sus intereses.
La campaña destinada a aprobar o rechazar el texto propuesto por la Convención Constitucional, fue una guerra sucia despiadada, donde los adversarios al cambio hicieron uso de las técnicas más deleznables conocidas jamás en campañas electorales. La Casa Propia, claramente establecida en el texto fue uno de sus argumentos preferidos. Las fake news propagadas vía redes sociales, hicieron de las suyas. El dominio total de todos los canales de televisión y radios nacionales o locales es imposible de contrarrestar. Las grandes empresas o consorcios multinacionales han practicado con éxito técnicas análogas, que llevaron al triunfo de Trump en Estados Unidos o de Bolsonaro en Brasil.
El resultado del plebiscito destinado a aprobar el nuevo texto Constitucional, fue abrumadoramente adverso, con un universo electoral que alcanzó al 80 %.
Desde entonces, 4 de septiembre pasado, hasta ahora, trascurridos 90 días, estamos presenciando el más despreciable espectáculo que nunca antes haya ofrecido el Parlamento Chileno, donde se conciben las fórmulas más extravagantes a fin de eludir el libre ejercicio democrático.
“Es condición necesaria para una democracia representativa la concurrencia de partidos políticos que interpreten grandes corrientes de opinión. Pero ninguna democracia puede garantizar gobernabilidad con 22 partidos con representación parlamentaria y otros tantos en proceso de formación. Todo aquello, sin contar con los díscolos e independientes, que no obedecen a disciplina partidaria alguna” ([1])
Estamos hablando de un organismo destinado a redactar una nueva Constitución, al cual los sectores de izquierda ya han aceptado establecer bordes claramente delimitados y un sistema de arbitraje, que vele por su correcto cumplimiento. Además, con la participación de “Expertos”, cuyos alcances aún se discuten. Expertos….expertos…. ¿quién puede ser experto? ¿Un profesor de Derecho Constitucional?
Durante los debates de la Convención Constitucional, los Convencionales operaron con el apoyo de Asesores legales, contratados por ellos mismos, quienes fueron fundamentales para redactar los textos finales. Nosotros, profesionales comprometidos, junto con centenares de organizaciones de pobladores, colaboramos con un buen número de convencionales en la redacción de los artículos relativos al Derecho a una Vivienda Digna y Adecuada y a una Ciudad justa. Fueron al menos dos meses de intensas jornadas, debatiendo palabra por palabra hasta convenir textos redactados en los términos jurídicos justos y adecuados, por este admirable grupo de asesores.
¿Pero quienes serían este temible set de Expertos?
Imposible ponerle más candados a la libre opinión ciudadana.
No podemos suponer que el mismo pueblo que hace tres años tenía de rodillas al poder establecido, se dio vuelta la camiseta inexplicablemente. Imposible. Con calma tendremos que analizar los orígenes de un resultado tan insólito. Imposible. No son ni amarillos ni derechistas, los cuatro millones de chilenos que incrementaron el número de quienes sufragaron.
No veo razones para seguir legitimando semejante fraude. Me repugna escuchar pontificando a los parlamentarios más despreciables, resucitados por el resultado del Plebiscito de salida. Es un coro destinado a encubrir su verdadero propósito: cambiar para que nada cambie.
Soy de opinión de poner fin a este show. Que los parlamentarios de Apruebo Dignidad y el Frente Amplio se dirijan a la ciudadanía dejando en claro esta guerra sucia y señalando que con este Parlamento no hay posibilidad alguna de legitimar un proceso con los más elementales resguardos democráticos.
No nos desgastemos más en este debate inconducente y confiemos que más temprano que tarde, como nos advirtió el compañero Presidente, se abrirán las grandes Alamedas que nos permitan escribir una Constitución debidamente legitimada. La verdad es que hoy día en Chile y en el resto del mundo, como dice magistralmente Benedetti: somos mucho más que dos y nuestro anhelo es que la gente viva feliz, aún que no tenga permiso.
(*)Miguel Lawner, arquitecto chileno, Premio Nacional de Arquitectura 2019, director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) durante el Gobierno de Salvador Allende
[1].¿Una convención mixta para darle continuidad al proceso constituyente? Por Marcelo Contreras. La Mirada Semanal diciembre 8, 2022.