El asentamiento comprende una superficie aproximada de 24 hectáreas, donde residen 226 familias y cuyo territorio se extiende en parte en la comuna de Cartagena. Está bien estructurado, con calles amplias y en algunos casos con veredas realizadas por los propios pobladores. Al comienzo, rompieron una matriz de agua potable para poder abastecerse, pero finalmente hace ya algo más de un año que la compañía acepó el hecho consumado e instaló una red y medidores en cada hogar. Las aguas servidas se resuelven mediante los contaminantes pozos negros o depósitos para almacenar deposiciones, removidas periódicamente por proveedores locales. La luz eléctrica continúa siendo abastecida irregularmente, a través de redes clandestinas.
Miguel Lawner (*). San Antonio. 10/2022. Días atrás, viajamos a San Antonio, invitados por nuestra amiga, la artista visual Tamara Contreras, a inaugurar su obra escultórica 22°, replicando la estructura de una mediagua en madera, inclinada conforme a la pendiente de los cerros de San Antonio, localidad donde 6.000 familias se han emplazado a partir del estallido social iniciado en 2019, dando origen a un universo impresionante que puebla hoy los cerros de dicho puerto.
La actividad contó con el respaldo de la Municipalidad de San Antonio cuya alcaldesa facilitó su flamante Centro Cultural, donde quedó emplazada la obra de Tamara.
Al día siguiente, tuvo lugar un conversatorio con un gran número de dirigentes de campamentos, autoridades de la Municipalidad y quienes habíamos sido invitados a este evento: Anita Sugranyes, Alfredo Rodríguez, la investigadora Francisca Márquez y yo.
Allí pudimos constatar nuevamente el cuadro que se repite a lo largo de Chile: las demandas de las familias por asegurar su radicación formal en los terrenos que han ocupado, pasando primero por adquirir dichos terrenos y más tarde por lograr la ejecución de las obras de urbanización que les permitan constituirse en un asentamiento normal. La demanda por una vivienda formal no aparece como prioritaria.
En las intervenciones de las pobladoras, se constata el divorcio entre las aspiraciones de los pobladores y las rígidas Normas impuestas por el MINVU para obtener un subsidio, lo cual termina inevitablemente por segregar cada agrupación, al excluir un número importante de aspirantes que no cumplen con todas las exigencias.
La respuesta más generalizada ante estos obstáculos reglamentarios es una sola: “O todos, o nadie”.
Todos saben cuánto he argumentado contra el subsidio individual, como fórmula fundamental del financiamiento habitacional, mecanismo concebido por los Chicago Boys que asesoraron a la dictadura, para transferir a las empresas constructoras privadas, la gestión del Presupuesto Fiscal destinado al Ministerio de la Vivienda y además, como instrumento de división de los aspirantes a una vivienda, al hacerlos perder la presión que significa la fuerza del grupo.
Una vez más constatamos este conflicto, acentuado ahora, por la existencia de un número importante de familias de inmigrantes, para quienes el subsidio aparece como una quimera inalcanzable.
Al día siguiente, tuvimos la oportunidad de visitar el campamento Las Loicas, cuyos habitantes se resisten a llamarlo como tal y se auto definen como Villa las Loicas. El asentamiento comprende una superficie aproximada de 24 hectáreas, donde residen 226 familias y cuyo territorio se extiende en parte en la comuna de Cartagena. De hecho, divisamos en la proximidad, la tumba del poeta Vicente Huidobro.
El asentamiento está bien estructurado, con calles amplias y en algunos casos con veredas realizadas por los propios pobladores. Al comienzo, rompieron una matriz de agua potable para poder abastecerse, pero finalmente hace ya algo más de un año que la compañía acepó el hecho consumado e instaló una red y medidores en cada hogar. Las aguas servidas se resuelven mediante los contaminantes pozos negros o depósitos para almacenar deposiciones, removidas periódicamente por proveedores locales. La luz eléctrica continúa siendo abastecida irregularmente, a través de redes clandestinas.
Tuvimos una larga conversación con su activa presidenta, Gabriela Almuna, de una personalidad apasionante, quién nos entregó detalles de su organización: la forma como enfrentaron la pandemia, mediante una olla común que se prolongó por varios meses, proporcionando 300 raciones de comidas y la elaboración de 500 panes comunitarios diarios.
El encuentro tuvo lugar en un amplio Centro Social levantada por ellos mismos, donde todas las familias se reúnen semanalmente levantando un acta de los asistentes y los acuerdos de cada reunión. Con el apoyo de Tamara, los niños pintaron un hermoso mural exterior, evocando los contenidos del poema Altazor, escrito por Vicente Huidobro.
También existe una Escuela de Música, donde un número de niños aprende el uso de algunos instrumentos musicales.
Interesante fue enterarnos como lograron deshacerse del único traficante de drogas, establecido en el lugar, a quién comenzaron a levantarle en las noches, una por una, las piezas de madera de su cierro exterior, amenazándolo con llevar a cabo la misma faena en su mediagua, hasta que el hombre desistió y abandonó el campamento.
Nos asomamos con Gabriela para divisar la tumba de Huidobro y ella nos advirtió que impedirían la extensión del campamento, a fin de respetar la dignidad del entorno que merece la tumba del poeta.
En resumen, una nueva constatación del enorme potencial que representa la organización y lucha de los pobladores por resolver su legítima demanda de un techo digno y adecuado y los obstáculos que impone el sistema vigente para aprovechar dicho potencial, a lo cual debemos sumar, en este caso los conflictos absurdos entre el Municipio y el MINVU.
(*)Miguel Lawner, arquitecto chileno, Premio Nacional de Arquitectura 2019, director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) durante el Gobierno de Salvador Allende