“Está la necesidad de educar a la gran masa femenina en esta visión de mujer integrada a la sociedad, más allá del territorio doméstico, a una mujer dispuesta, convencida, a convertirse en actor social de los cambios necesarios para alcanzar una real participación”.
Gladys Marín Millie(*). Santiago. 1997. La participación de la mujer en la historia de la humanidad ha tenido flujos y reflujos. El reemplazo de las culturas matriarcales por el patriarcado trajo como consecuencia un retroceso en la participación en las decisiones sociales más importantes. Se imponen apreciaciones culturales que desmerecen sus capacidades reales para limitarlas a un entorno que se ha dado en llamar “el rol histórico”, relacionado con el cuidado doméstico y la crianza de los hijos.
Sin embargo, se reconoce a través de los tiempos, distintas etapas de participación de las mujeres en pos de objetivos eminentemente sociales.
En nuestro país, no podemos desconocer el papel destacado de algunas mujeres en la gesta de la Independencia de la colonización española. Sin embargo, es notorio el retroceso que se constata entre 1850 y 1920, hecho que se evidencia socialmente en la utilización del concepto “mujer-madre” como figura de identificación.
Con el surgimiento del capitalismo en Chile, a comienzos de siglo, concretamente en el norte del país, donde comienza a gestarse primero la clase obrera y luego su organización como tal, se produce un importante movimiento de mujeres que conduce a lo que se conoce como la huelga de las cocinas apagadas de la pampa, que fue un mecanismo que usaron las mujeres para presionar a los obreros de las salitreras para rebelarse ante las inhumanas condiciones de trabajo a que eran sometidos. En la matanza de la Escuela de Santa María de Iquique (1907) junto a los mineros cayeron sus mujeres y sus hijos.
Posteriormente las mujeres se organizan en comités de dueñas de casa como una forma de protestar por las condiciones económicas en que deben vivir sus familias. Se organizan las mujeres para conseguir su derecho a voto, el que se logra recién en 1949.
En el proceso de desarrollo del movimiento de la mujer en Chile han surgido organizaciones que han tenido destacada participación en el quehacer nacional, como el MUDECHI y el MEMCH. Los centros de madres que surgen antes de la dictadura fueron una forma de participación activa de las mujeres en la denuncia de sus problemas, propuesta y búsqueda de soluciones. Sirvieron a su integración a los procesos políticos y sociales que vivió el país.
Grandes batallas dieron las mujeres trabajadoras para conquistar el derecho a jubilar a los 55 años de edad, el fuero maternal para las madres trabajadoras, la ampliación de los permisos pre y post natal, derechos posteriormente conculcados por la dictadura.
La Ley de Jardines Infantiles no fue dádiva de nadie, ni altruismo y humanidad del gobierno de ese tiempo, ni de su Parlamento. Fue ganada en las calles y junto a las mujeres comunistas estuvieron las mujeres socialistas, democratacristianas, mujeres cristianas de base, independientes, el aporte valioso de mujeres profesionales, de las diputadas del partido socialista y de la democracia cristiana junto a las parlamentarias comunistas
Durante la dictadura, las mujeres se ubican en la primera línea de enfrentamiento, asumiendo inicialmente la defensa de sus familiares, detenidos desaparecidos, ejecutados o prisioneros y luego la lucha por la vuelta a la democracia.
La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos y las Mujeres Democráticas son organizaciones esencialmente conformadas por mujeres que hacen un gran aporte a la lucha por el restablecimiento de la democracia en Chile.
Sin embargo, a pesar de la destacada participación y las capacidades exhibidas, en el momento de establecerse el gobierno elegido, las mujeres no alcanzan un nivel de participación en los puestos de dirección social y política ni siquiera igual a la que tenían antes de 1973. De hecho, es durante el gobierno de Allende cuando hubo más mujeres en el Poder Legislativo y en el aparato de Estado. En 1973 había 14 mujeres parlamentarias, hoy sólo 7. Pero el problema no es sólo de número, sino de calidad y representatividad.
La representación parlamentaria en su inmensa mayoría es de carácter clasista. Ahí llegan los que pueden comprarse una diputación o una senaturía. De este modo el binominalismo discrimina a los hombres y mujeres de pensamiento avanzado, progresista y democrático.
A fines de los años 60 comienza a nivel mundial un notorio avance del movimiento de liberación de la mujer, que se ve reforzado por las reuniones de Naciones Unidas relacionadas con el tema de género. Hay un importante avance en aspectos teóricos, de diagnóstico y una notable unificación de la plataforma de demandas, que apuntan a la igualdad de oportunidades en los ámbitos del quehacer político, económico, social y cultural.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de muchas mujeres, estas victorias son parciales, ya que no se logra un accionar común que permita dar un vuelco a la situación de discriminación. Y ello porque en un sistema, como el capitalismo neoliberal, que tiene como objetivo estratégico asegurar mano de obra barata, la mantención de la discriminación, la mantención de la desigualdad, la mantención de la injusticia social es una necesidad para reproducir el sistema. De ahí, entonces, la existencia de trabajos precarios para las mujeres, la falta de capacitación para ellas por considerarlo una mala inversión, con menores salarios que el hombre y sin formación sobre la conveniencia de la sindicalización.
La feminización de la pobreza es la consecuencia del sistema. Incide en ello también el trabajo ideológico que el sistema hace a través de las ONGs dedicadas al tema de género que mantienen a las mujeres ocupadas en acciones que aparentemente cumplen un objetivo para la igualdad de oportunidades, pero en la práctica se las mantiene cautiva trabajando en un aspecto parcial, sin obtener la proyección social integrada que es lo que se requiere para crear las condiciones para el cambio.
En el plano de la participación política de la mujer, entendida en el ámbito de los partidos políticos, en la actualidad sigue siendo muy escasa. Indudablemente que en ello influye la concepción cultural que “la política es cosa de hombres” y el desprestigio y persecución que se hizo de la política durante los 17 años de dictadura y la forma actual superficial de hacer política por parte de la llamada “clase política”.
La “modernidad” del modelo de Estado planteado en Chile va en desmedro de la participación popular en especial del aporte de la mujer. Margina y excluye. Es un modelo de corte violentista, representa la imposición por sobre la decisión soberana de la mayoría nacional.
Las estructuras gubernamentales, llámese SERNAM o PRODEMU, no cuentan con la participación activa de las organizaciones de mujeres en la elaboración de proyectos, menos con la opinión de la izquierda y ello es porque no hay real decisión política de desarrollar programas que terminen con las causas que provocan explícitamente la violencia constitucional, herencia del régimen de Pinochet, la violencia laboral, la violencia en la carestía de la canasta familiar, la violencia en la atención primaria de salud, educación, etc.
Como Partido, los comunistas entendemos y asumimos que los problemas de discriminación de género son parte de los problemas globales que afectan a la humanidad tales como la pobreza y el atraso de millones de seres humanos, la discriminación de las etnias, el SIDA y el narcotráfico. Por ello asumimos los derechos humanos como parte esencial de nuestros valores y somos firmes defensores de las libertades y derechos de los chilenos y chilenas.
De ahí que, como Partido, los comunistas pensamos que la ley de discriminación positiva no basta, la ley jurídica no es la ley de la vida y son necesarios los cambios profundos en la concepción igualitaria de los seres humanos, hombres y mujeres, como personas con igualdad de derechos y oportunidades.
A nuestro juicio, son necesarios cambios estructurales que dignifiquen la persona humana. Es necesario cambiar el sistema político, económico, social y cultural de manera tal que asegure la participación real de las personas en los procesos de toma de decisiones. Una verdadera democracia es la que sabe escuchar y tomar en cuenta la voz del pueblo. Aspiramos y empeñamos todos nuestros esfuerzos para el progresivo despliegue de la democracia y de la soberanía popular, marco imprescindible para el pleno respeto de los derechos humanos y de las libertades ciudadanas, públicas e individuales
Son absolutamente necesarios cambios constitucionales, ya que el binominalismo no permite la participación en el poder civil de un segmento de opinión que es más amplio en aceptar la contribución de las mujeres.
Por último, traspasando todas las situaciones más arriba expuestas, está la necesidad de educar a la gran masa femenina en esta visión de mujer integrada a la sociedad, más allá del territorio doméstico, a una mujer dispuesta, convencida, a convertirse en actor social de los cambios necesarios para alcanzar una real participación.
(*)Gladys Marín Millie fue profesora, dos veces diputada, secretaria general de las Juventudes Comunistas, secretaria general y presidenta del Partido Comunista y candida presidencial en Chile.