5/6. Día Mundial del Medioambiente. Crisis ambiental y climática: El llamado a “hacer más”

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Otro 5 de junio. Hoy se hablará mucho de medioambiente, pero la situación continúa siendo tremenda. Es innegable que a estas alturas se ha articulado el tema en la discusión pública, al punto de superar la condición de trending llegando al discurso crítico, al activismo permanente y con voz que inunda los medios y a veces llega a las agendas políticas; a la producción y los modelos de vida y de consumo; a la agenda de Gobiernos y de Naciones Unidas; a acuerdos, convenciones y pactos mundiales. Pero la deuda es tan grande, que todavía es poco, más que insuficiente. Modelos económicos y de mercado cortoplacistas, modos de vida basados en el consumo irracional y, muy importante, tensiones y desconfianzas políticas a escala global -y la más dura realidad, la pobreza, la falta de recursos, porque en este mundo de desigualdades hay quienes viven consumiendo 20 veces más que otros que no comen caliente si no usan la leña de árboles talados- se interponen entre los llamados de la ciencia.

Deny Extremera San Martín. Periodista. “Cubadebate”. La Habana. 5/6/2024. “La química, a la que la vida tiene que adaptarse, ya no se reduce a ser sencillamente el calcio y la sílice y el cobre y demás minerales arrancados a las rocas por las aguas y arrastrados al mar por los ríos; es la creación sintética de la inventiva humana, obtenida en los laboratorios y sin contrapartida en la naturaleza.

(…) Ajustarse a esta química requeriría tiempo en la escala de la naturaleza; no solo los años de la vida de un hombre, sino los de generaciones. E, incluso, si por algún milagro eso fuera posible, resultaría inútil, porque los nuevos productos salen de los laboratorios como un río sin fin”. Rachel Carson,Primavera silenciosa” (1962).

Otro 5 de junio. Hoy se hablará mucho de medioambiente, tanto como a diario en los últimos años, pero tal vez más por ese apego atávico de la humanidad a las fechas.

Es innegable que a estas alturas se ha articulado el tema en la discusión pública, al punto de superar la condición de trending llegando al discurso crítico, al activismo permanente y con voz que inunda los medios y a veces llega a las agendas políticas; a la producción y los modelos de vida y de consumo; a la agenda de Gobiernos y de Naciones Unidas; a acuerdos, convenciones y pactos mundiales. Pero la deuda es tan grande, que todavía es poco, más que insuficiente.

Esa deuda (las consecuencias desastrosas de la actividad humana en el medio natural que nos rodea y que es vital para nuestra supervivencia) nos es recordada constantemente por informes del IPCC, de ONU Medio Ambiente o la Organización Meteorológica Mundial; noticias sobre deshielos, eventos meteorológicos extremos, incendios forestales, selvas deforestadas, sequías en unos sitios y masivas inundaciones en otros; artículos científicos o entrevistas a expertos en los medios; series documentales como las de David Attenborough, filmes entre la ficción y lo real, libros… Y lo sentimos en piel propia, también, en Cuba y el resto del mundo.

Poco a poco, a fuerza de experiencias e investigación, de comunicación y hechos incontrastables, vamos pasando, al menos en la conciencia de cada vez más personas (desde científicos y ciudadanos comunes hasta activistas, políticos y estadistas, celebridades, empresarios), de la filosofía de una “humanidad por encima de la naturaleza”, del “hombre a la conquista (sometimiento, con frecuencia aniquilación) de lo ‘salvaje’”, a la aceptación de que tiene límites el mundo natural y de que de su equilibrio y salud dependen nuestro bienestar y nuestro futuro en este planeta; de que no estamos por encima, sino que somos parte, un eslabón, y de que muy difícilmente estaremos alguna vez más allá de esa realidad, aun con avances tecnológicos y, menos aún, con lo que algunos llaman “tecnolatrías”.

Pero, otra vez, modelos económicos y de mercado cortoplacistas, modos de vida basados en el consumo irracional y, muy importante, tensiones y desconfianzas políticas a escala global -y la más dura realidad, la pobreza, la falta de recursos, porque en este mundo de desigualdades hay quienes viven consumiendo 20 veces más que otros que no comen caliente si no usan la leña de árboles talados- se interponen entre los llamados de la ciencia, lo que se necesita hacer, con el ritmo y el alcance requeridos, y lo que finalmente se hace.

Nos surge, entonces, la pregunta: ante tanto que vemos y sentimos, ante el aluvión de informes que hablan de tendencias y hechos negativos, pérdidas de biodiversidad, puntos de inflexión del sistema natural en vilo, catástrofes en curso o previsiones de escenarios futuros sombríos, advertencias que son casi gritos y nos alertan de que estamos al borde de romper, o ya se están rompiendo, equilibrios naturales difícilmente recuperables y que desatarían cadenas de consecuencias de efectos devastadores, plazos que se van agotando… ¿Vemos todo demasiado en negro? ¿Somos pesimistas, catastrofistas, cuando se requiere optimismo?

En mayo pasado, The Guardian publicó los resultados de una encuesta a cientos de los principales climatólogos del mundo. El diario británico se acercó a los autores principales o editores revisores de los informes del IPCC desde 2018 con los que pudo contactar. Casi la mitad respondió: 380 de 843.

Muchos esperan serios estragos climáticos en las próximas décadas, con serias consecuencias sociales, humanas y económicas producto de los efectos del cambio climático, algunos con juicios drásticos sobre el actual orden de cosas en el mundo y las diferencias Norte-Sur.

Según el diario, “casi el 80% de los encuestados, todos del autorizado Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), prevén al menos 2.5 °C de calentamiento global, mientras que casi la mitad anticipa al menos 3 °C. Solo el 6% piensan que se alcanzará el límite de 1.5 °C acordado internacionalmente”, imprescindible si se quieren evitar los peores escenarios del cambio climático.

Este lunes 3 de junio, el secretario ejecutivo de ONU Cambio Climático, Simon Stiell, alertaba en Bonn, en la Conferencia sobre Cambio Climático -las llamadas reuniones de junio, que inician el proceso de negociación previo a la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, en este caso la COP29-, de que queda “un largo y empinado camino por delante” para alcanzar el objetivo común de limitar el calentamiento global a 1.5 °C este siglo.

“Nos dirigimos a unos 2.7 °C. Esto sigue siendo ruinosamente alto”, dijo Stiell. Y añadió: “No podemos permitirnos en absoluto tropezar en los próximos diez días (…) Los insto a unirse y a superar las diferencias. Este no es un momento para intentarlo, sino para encontrar soluciones y forjar caminos hacia el futuro”.

Simon Stiell llamó a los participantes en la conferencia de Bonn, delegados nacionales y representantes de la sociedad civil, a avanzar en la creación de sus planes nacionales de adaptación climática.

“Necesitamos que todos los países tengan un plan para 2025 y que avancen en su aplicación para 2030”, dijo, tras revelar que solo 57 países han elaborado uno hasta el momento.

Al hablar de 1.5, 2.5, 2.7 o 3 °C de calentamiento, se hace con referencia a los niveles preindustriales, para los que se emplea comúnmente como línea de base el periodo 1850-1900, cuando apenas comenzaban las emisiones contaminantes de origen antropogénico, previamente al uso extensivo de los combustibles fósiles en todas las áreas de la vida humana.

El calentamiento respecto a los niveles preindustriales llegó a entre 1.1 y 1.2 °C en los últimos años, junto con los récords anuales en concentración de CO2 en la atmósfera. Con ese aumento es que se están dando los eventos meteorológicos extremos y los desastres que vivimos hoy en carne propia o vemos en las noticias, cada vez con mayor frecuencia y fuerza devastadora.

También este lunes 3 de junio, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) informaba que a partir de la segunda mitad de 2024 podría manifestarse el fenómeno La Niña, cuyos efectos son opuestos a los de El Niño (ENOS), que, combinado con la influencia del cambio climático, ha contribuido a alimentar en 2023/2024 el aumento de las temperaturas globales y de las condiciones meteorológicas extremas en el mundo.

Sin embargo, los climatólogos advirtieron que ese enfriamiento o moderación a esperar por la llegada de La Niña podría ser “en promedio, muy débil”, debido a la influencia de las emisiones de gases de efecto invernadero, responsables de un aumento de las temperaturas mundiales de al menos 1.2 °C como media en comparación con finales del siglo XIX.

“El final de El Niño no significa una pausa en el cambio climático a largo plazo, ya que nuestro planeta seguirá calentándose debido a los gases de efecto invernadero que atrapan el calor”, declaró Ko Barrett, secretaria general adjunta de la OMM, a propósito de la publicación del informe.

La OMM recordó, además, que los últimos nueve años fueron los más cálidos jamás registrados, pese al efecto de enfriamiento de un largo La Niña, que duró desde 2020 hasta principios de 2023 (El Niño 2023/24 comenzó en junio de 2023 y tuvo su máximo a finales de ese año).

La Oficina de Administración Oceánica y Atmosférica estadounidense (NOAA) ya incorporó La Niña a sus previsiones para la temporada de huracanes 2024 en el Atlántico, desde junio, que se anuncia “extraordinaria”, con la posibilidad de entre cuatro y siete huracanes de categoría 3 o más, según la NOAA.

¿Qué sucede en el océano?

En el Informe sobre el Estado del Océano, la Unesco reveló este martes 4 de junio que los mares se están calentando al doble del ritmo de hace 20 años. En 2023 se registró uno de los mayores aumentos de temperatura desde la década de 1950.

El estudio, con aportes de más de 100 científicos de 30 países, advierte que, a diferencia de las temperaturas atmosféricas, que tienden a fluctuar, el océano se calienta de forma constante y sostenida.

Las temperaturas del océano ya han aumentado una media de 1.45 °C. En el Mediterráneo, el Océano Atlántico Tropical y el Océano Meridional se han hallado puntos en los que el incremento supera los 2 °C pese a que el compromiso del Acuerdo de París es mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C respecto a los niveles preindustriales.

Según el informe, las cálidas temperaturas marinas responden por el 40% del aumento global del nivel del mar. La tasa de incremento se ha duplicado en los últimos 30 años hasta alcanzar los 9 cm.

Las áreas más afectadas por el calentamiento son las costeras. Los investigadores han identificado unas 500 “zonas muertas”, donde casi no queda vida marina por la disminución del contenido de oxígeno en el agua.

Otro problema es el aumento de la acidez del agua, debido al exceso de CO2 proveniente de las emisiones de combustibles fósiles que el océano absorbe en un rango del 25% al 30%. Según el estudio, la acidez del océano ha aumentado un 30% respecto a los niveles preindustriales y la proyección es de +170% hacia 2100.

El mundo se calienta. Se calientan los mares (y se acidifican, y sufren blanqueamiento los corales, sufren todas las especies marinas) y la atmósfera. Se desequilibran los regímenes de lluvias y sufren las selvas, las especies animales que allí habitan, la biodiversidad, que es clave para el equilibrio y la salud de los ecosistemas.

Sufren también por el cambio climático y la acción antrópica los humedales, valiosos sistemas naturales que ocupan el 6% de la superficie terrestre, en los que viven el 40% de todas las especies vegetales y animales, o se reproducen allí. Aproximadamente 4 000 millones de personas dependen de sus servicios. Son importantes reservorios y filtros de agua y, en el caso de los costeros, protegen de eventos naturales extremos y la erosión marina.

Cuando el clima se desestabiliza producto del calentamiento, sufren los humanos, porque llegan las olas de calor olas de calor, las sequías o inundaciones, los eventos meteorológicos extremos: los desastres que cuestan recursos y vidas. Sufren los humanos también cuando se arruinan los corales, porque son refugios de innumerables especies marinas que sustentan a muchas comunidades.

Sufren los humanos cuando el aire, los suelos y las aguas están contaminados; cuando se empobrecen los humedales y dejan de entregar todos los servicios ecosistémicos y recursos que en ellos abundan; cuando la destrucción de ecosistemas, el tráfico de especies y los cambios en regímenes de temperaturas propician zoonosis y epidemias; cuando las selvas tropicales pierden áreas equivalentes a países enteros y dejan de entregar humedad y lluvia, oxígeno, biodiversidad y capacidad de secuestrar CO2 de la atmósfera e, incluso, lo emiten; cuando se desencadenan inmensos incendios forestales o los suelos se erosionan, se secan y se hacen improductivos; cuando sus ciudades tienen déficit de verde; cuando viven en entornos insalubres, superpoblados y totalmente alejados de lo natural, en un mundo que se va llenando de químicos sintéticos y microplásticos.

La crisis climática y ambiental es también una crisis de salud y una crisis que hipoteca el futuro de la Humanidad en este único planeta que tenemos. Y el círculo vicioso se sigue cerrando.

Mientras se habla sobre preocupantes futuros escenarios por el cambio climático, los expertos y científicos señalan, sin embargo, que hay recursos, soluciones y, todavía, una ventana de oportunidad para actuar, pero que la acción tiene que ser decidida, global e inmediata.

Hace décadas fueron las campañas por las ballenas; luego, el esfuerzo mundial para revertir el agujero en la capa de ozono; hoy, las regulaciones y pasos dados por algunos países, por ejemplo, para prohibir el uso de plásticos de un solo uso o promover el desarrollo de las energías renovables.

Nunca tuvo la humanidad más recursos económicos, financieros y humanos para afrontar una crisis; nunca contó, como ahora, con tanto conocimiento científico acumulado y capacidad tecnológica, tantas redes de comunicación y de transporte, tantos instrumentos normativos global y nacionalmente, tantas estructuras a escala nacional y mundial para canalizar consensos y fondos, tantas formas innovadoras de organización social en lo local y, hay que reconocerlo, tanta conciencia del problema.

“A pesar de que existen señales claras de que los riesgos climáticos y sus efectos se están acelerando en todo el mundo, el déficit de financiación para la adaptación no deja de aumentar y actualmente se sitúa entre 194 000 y 366 000 millones de dólares anuales.

“Las necesidades de financiación para la adaptación son entre 10 y 18 veces mayores que los flujos actuales de financiación pública internacional”.

Guerras tibias y calientes. Asistencia. ¿Adónde va el dinero?

“Tendemos a pensar que el asunto de los gases de efecto invernadero es un problema para la gente del siglo XXI, de modo que ya se preocuparán ellos llegado el momento. Pero si no actuamos ahora, luego será demasiado tarde. Estamos traspasando a nuestros hijos problemas extremadamente graves, cuando el momento para evitarlos es ahora”. Carl Sagan, 1985

Tan tempranamente como a mediados de los ochenta, Carl Sagan decía ante el Congreso de EE.UU. que “hemos alcanzado claramente la etapa en la que somos capaces (tanto intencionada como inadvertidamente) de alterar de forma significativa el clima y el ecosistema a nivel global. Probablemente llevamos haciéndolo –aunque en menor escala– desde hace mucho tiempo”.

Según el conocido astrofísico y divulgador científico, reducir las emisiones “requerirá un consenso global que ahora mismo dista mucho de estar cerca. Lo esencial es adquirir una conciencia global, una visión que trascienda nuestras identificaciones exclusivas. Todos los grupos políticos y naciones deben cooperar, porque en este invernadero estamos todos juntos”.

Esa es la primera premisa, el consenso. Es difícil alcanzarlo en un mundo saturado de guerras frías, tibias y calientes bélicas, comerciales y tecnológicas, de encontronazos geopolíticos, donde crecen la desconfianza y las tensiones entre potencias y Gobiernos, se multiplican los gastos militares y se intenta desacreditar a los organismos multilaterales, base del gobierno colectivo y la redistribución equitativa de recursos, mientras medran la desinformación, la anticiencia y el negacionismo no solo en las redes sociales, sino en el discurso de ciertas capas políticas y medios de comunicación.

“Estamos a kilómetros de los objetivos del Acuerdo de París y a minutos de la medianoche para el límite de 1.5 grados. Y el reloj sigue corriendo.

“Ahora es el momento de mostrar una ambición y flexibilidad máximas. Los ministros y mediadores deben ir más allá de las líneas rojas arbitrarias, las posiciones atrincheradas y las tácticas de bloqueo.

“En un mundo fracturado y dividido, la COP28 puede demostrar que el multilateralismo sigue siendo nuestra mejor esperanza para afrontar los retos mundiales”.

(Antonio Guterres en la COP28, Dubái, diciembre de 2023)

Según datos de la ONU, solo con el 1% del capital existente a escala mundial podría cerrarse la brecha de financiamiento para el desarrollo existente en la actualidad. Ello quiere decir que sí hay recursos para la asistencia al desarrollo de los países menos desarrollados y para la asistencia climática.

En ese escenario, según el Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri), el gasto militar mundial alcanzó los 2.4 billones de dólares en 2023.

Lo que sorprendió a expertos del Sipri es que no solo fueran las potencias tradicionales, sino que la tendencia se extendiera a naciones de África, Medio Oriente, gran parte de Europa, Asia y Oceanía y América Latina.

A tal punto, que un experto del Instituto Leibniz para la Investigación de la Paz y los Conflictos dijo que “el mundo está actualmente en una nueva era: una de armamento incontrolado, porque la mayoría de los acuerdos de control de armas ya no están en vigor o han sido suspendidos”.

Más tensión, más desconfianza, más gasto militar, más Estados que invierten en armarse… Y una espiral de inestabilidad cada vez mayor. Un mundo desigual y dividido. Una arquitectura financiera mundial en favor de unos pocos y desfasada, inapropiada para los problemas y necesidades de este siglo. Una dirección totalmente contraria al consenso y la estabilidad necesarios para abordar lo que hace mucho está considerado el mayor desafío de estos tiempos: el cambio climático, porque sus consecuencias son transversales a todos los sectores y porque es una amenaza real al bienestar y las condiciones de vida del ser humano en la Tierra.

En marzo pasado, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) informó que las emisiones mundiales de CO2 vinculadas a la energía aumentaron un 1.1% en 2023 y alcanzaron un nuevo récord, principalmente por una baja en la producción hidroeléctrica debido a las graves sequías en varias regiones.

Esas emisiones, alrededor del 90% de las provocadas por el hombre, aumentaron en 410 millones de toneladas y llegaron a 37 400 millones ese año.

La AIE dijo que, sin embargo, el incremento se ralentizó respecto a 2022, cuando las emisiones de CO2 crecieron en 490 millones de toneladas.

Es común hoy escuchar sobre la necesidad de, en lugar de subsidiar los combustibles fósiles, hacerlo con las energía renovables, como la eólica o la solar -disponibles en la actualidad y, en muchos casos, más asequibles que las centradas en el carbón y otros combustibles fósiles-, promoviendo el intercambio de conocimiento, la transferencia de tecnología y la asistencia financiera y eliminando las barreras en términos de propiedad intelectual.

Persiste, sin embargo, la tendencia contraria. Según el FMI, los subsidios a los combustibles fósiles alcanzaron globalmente los siete billones de dólares en 2022, el 7.1% del PIB mundial, con un incremento de dos billones respecto a 2020.

“Las contribuciones nacionalmente determinadas, los planes de acción climática individual de los países destinados al recorte de las emisiones y a la adaptación ante los efectos del cambio climático, deben marcar objetivos de energías renovables alineados con el objetivo de 1.5 °C, y la cuota de energías renovables en la generación global de electricidad debe aumentar del actual 29% hasta el 60% en 2030”.

(Naciones Unidas)

“Los Gobiernos, en conjunto, conservan sus planes de producir más del doble de la cantidad de combustibles fósiles en 2030 de lo que sería consecuente con limitar el calentamiento a 1.5 °C. Sostener esta brecha de producción global significa una amenaza para una transición energética bien gestionada y equitativa.

“Los planes y las proyecciones de los gobiernos provocarían aumentos, en todo el mundo, en la producción de carbón hasta 2030, y en la producción de gas y petróleo hasta 2050, cuanto menos. Estos datos entran en conflicto con los compromisos asumidos por los Gobiernos en el marco del Acuerdo de París y con las expectativas de que la demanda de carbón, petróleo y gas de todo el mundo alcance su máximo esta década, incluso sin la implementación de políticas nuevas.

“Los principales países productores se han comprometido a alcanzar un nivel neto cero de emisiones y han lanzado iniciativas para reducir las emisiones ocasionadas por la producción de combustibles fósiles. Sin embargo, ninguno de ellos asumió la responsabilidad de reducir la producción de carbón, petróleo”.

“Debo pedirles que hagan más”

Los escenarios sobre los que escuchamos y leemos, las previsiones o visiones de científicos, hablan de una selva amazónica convertida en sabana dentro de unas décadas; de posibles veranos sin hielo en el ártico desde mediados de la década de 2030; de permafrost expuesto por el deshielo sumando concentraciones de metano a los gases de efecto invernadero; de elevación del nivel del mar con el consiguiente desplazamiento de millones de personas desde zonas costeras…

Son esos y más los futuros escenarios. En muchos casos, rozan las imágenes que tenemos del cine de catastrofismo y distopías. ¿Exageración? ¿Pesimismo? El tiempo y lo que logre la humanidad para mitigar y adaptarse al cambio climático mostrarán cuáles vaticinios eran ciertos.

En la COP28, celebrada en diciembre de 2023 en Dubái, los países asistentes acordaron una “transición para dejar atrás los combustibles fósiles”.

Expertos notaron que la mención al petróleo, el carbón y el gas, principales responsables del calentamiento global, era algo inédito en una conferencia de la ONU, pero que el acuerdo se quedó corto al exigir una “retirada progresiva”.

Simon Stiell, el responsable de cambio climático de la ONU, comentó que “no pasamos totalmente la página de la era de los combustibles fósiles, pero este resultado es claramente el principio del fin”.

La medida de la inmediatez, cuán impostergable es y cuán inmediata y decidida debe ser la acción, la dio el secretario general de la ONU, António Guterres, en esa misma conferencia, en línea con las alertas del IPCC y líderes ambientales de todo el planeta:

“Nos encontramos al borde del caos climático. Las emisiones siguen aumentando, los impactos climáticos siguen ampliándose y estamos a punto de concluir el año más caluroso registrado. Año tras año, el compromiso mundial de limitar el calentamiento global a 1.5 grados centígrados se desvanece.

“Estamos acelerando hacia un aumento de temperatura de tres grados y aún no mostramos signos de desaceleración. Al mismo tiempo, los países en desarrollo se quedan sin el apoyo que necesitan para adaptarse y dar el salto a un futuro renovable.

“Mantener los 1.5 grados al alcance de la mano significa romper nuestra adicción a los combustibles fósiles, hacer un cambio equitativo hacia las energías renovables y ofrecer justicia climática.

“Pero nuestro éxito no se medirá en salas de conferencias como esta. Se medirá en pueblos, ciudades, regiones y estados de todo el mundo. Los mismos lugares en los que ustedes, como líderes locales, sirven.

“En todo el mundo, líderes como ustedes están reduciendo los combustibles fósiles, creando empleos verdes, limpiando el aire contaminado e invirtiendo en infraestructura sostenible y sistemas de transporte público.

“Y cada paso que dan está marcando la diferencia y aplaudo su liderazgo.

“Pero también debo pedirles que hagan más.

“(…) Hago un llamamiento a los líderes locales para que exijan un asiento en la mesa mientras los Gobiernos nacionales desarrollan políticas y regulaciones climáticas.

“Y esto es particularmente importante ahora que los países se preparan para presentar su próxima ronda de contribuciones determinadas a nivel nacional en 2025.

“Estas contribuciones deben estar alineadas con el límite de 1.5 grados y deben cubrir toda la actividad económica y las emisiones de gases de efecto invernadero.

“Y deben reflejar la financiación, la tecnología, el apoyo y las asociaciones necesarias para ayudar a sus comunidades a adaptarse y aumentar la resiliencia frente a un clima cambiante.

“El éxito o el fracaso de estos nuevos planes climáticos nacionales se materializará a nivel local y ustedes deben participar en cada paso del camino.

“(…) Poner fin al caos climático y a las múltiples injusticias que lo alimentan requiere que todos se pongan manos a la obra.

“Mantengámonos unidos, y trabajemos como uno solo, para proteger a todas las comunidades de la crisis climática y estimular el futuro renovable, sostenible y equitativo que las personas y el planeta merecen”.