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La historia, aunque le pese y provoque comezón a uno que otro, recoge el 22 de junio de 1941 como una de las operaciones militares más destacas de toda la II Guerra Mundial.

Elsa Claro. Periodista. “Granma”. La Habana. 22/06/2021. De Moscú a Smolensk hay varias horas de camino. La mayoría prefiere cubrir esa distancia por vía férrea, en coches-cama, y amanecer del otro lado. Los vínculos entre la capital y esta región no se deben a trenes nocturnos ni a un té siempre oportuno, servido a los viajeros.

Esta es la zona por donde Napoleón ingresó al antiguo imperio zarista el 24 de junio de 1812 y las fuerzas nazis lo hicieron el 22 del mismo mes, pero 129 años más tarde. En ambos casos los acontecimientos en este territorio fijaron el rumbo de sucesos posteriores verdaderamente notables.

En los dos momentos se usaron ejércitos enormes. El Corso, tendría en esta área, la primera gran derrota y el inicio de su decadencia luego de dominar medio mundo.

Para Hitler fue parecido: una señal no atendida. Los alemanes, engolfados en los éxitos de la Guerra Relámpago, pensaron que esta campaña contra la Unión Soviética, tendría similar remate en solo semanas y ello les serviría para hacerse con el combustible y alimentos requeridos para satisfacer las grandes fuerzas movilizadas tras la ocupación de Polonia, Francia y los Países Bajos, incrementando con ello el bien articulado señorío ejercido sobre los recursos de casi toda Europa.

En esta zona hay un punto a notar: Yelnia, una pequeña ciudad ubicada ventajosamente en esa región, y que el coronel general de la Wehrmacht y Jefe del Estado Mayor del Ejército nazi, Heinz Wilhelm Guderian consideraba, como hicieron en su tiempo las altas jefaturas napoleónicas, que era apropiado para emprender la posterior ocupación de Moscú. Guderian estaba al frente del Segundo ejército Panzer, conformado con una gran concentración de vehículos blindados, uno de los factores que él consideraba decisivos para ganar con rapidez cualquier batalla.

Yelnia, situada en terreno elevado a unos 50 kilómetros al sudeste de Smolensk, fue ocupada por los alemanes el 20 de julio de 1941. El enclave se quiso usar de trampolín para el avance hacia la capital soviética. Pero se equivocaron. Pese a la falta de preparación adecuada, civiles y militares nativos, lograron frenar el embate germano durante dos meses y evitar la toma de Moscú,  objetivo principal de esta maniobra invasiva inicial. Tenían listo un equipo pelele de gobierno para implantarlo en el Kremlin y con ello facilitar el ulterior avance hacia el interior del coloso euroasiático.

En Yelnia pensé que era fantasiosa la evocación del mariscal Shukov, pues en entrevista a varios excombatientes que sobrevivieron a la epopeya, me citaron a ese genio de la estrategia como decisivo en el buen desenlace logrado. Había hecho un viaje a la inversa, tomando declaraciones de otros participantes de grandes batallas y todos, sin excepción mencionaban a Shukov. 

Al encontrarme con similar enfoque en el sitio donde transcurriera la fase inicial de la invasión hitleriana, dudé si se era cierto o la bien ganada fama del militar impactaba en la imaginación para colocarlo en tantos momentos decisivos de la contraofensiva. Comprobaría poco después que nadie exageró ni un adarme al respecto.

La historia, aunque le pese y provoque comezón a uno que otro, recoge el 22 de junio de 1941 como una de las operaciones militares más destacas de toda la II Guerra Mundial. Primero por ser la fecha en que penetraron en territorio de la URSS y en el transcurro siguiente, los momentos en que el Ejército Rojo no fue derrotado en sus fronteras occidentales. El fracaso para la toma de Moscú le costó el puesto a Guderian y a Hitler, a los postres, su apuesta por domeñar una experiencia socio-política única en el momento y un área geográfica cargada de riquezas naturales. A Napoleón le había ocurrido un percance parecido, pues perder la batalla contra Rusia le creó grandes dificultades en su propósito de dominar Europa.

Yelnia fue recuperada el 6 de septiembre y se considera la primera victoria de la Gran Guerra Patria. Fue, así mismo, la primera derrota del nazi-fascismo pese a que al cabo de un año y nueve meses de victorias sucesivas, el Fuhrer, contaba con 190 divisiones formadas por más de 5 millones de soldados propios y de los países aliados, o sea, Rumanía, Finlandia, en un primer momento y después con el respaldo además de Hungría, Croacia, Eslovaquia y las huestes nazis en el interior de Ucrania.

Quiere decir que fue a tan tremenda mesnada y a unos 400 170 tanques, 4 950 aviones y más de 50 000 cañones y otras piezas de artillería, que tuvo que enfrentarse el grupo de pueblos integrantes de un país multiétnico y enfocado en propósitos sociales de altura, nada irrisorios, ni siquiera vistos a través de los errores y pifias cometidos.

Zhukov, por supuesto, se ganó la condición de héroe nacional en este primer lance que después le vería en distintos frentes, junto a valiosos y capacitados mandos, haciendo frente a los tres grupos de ejércitos muy preparados y magníficamente provistos, que con el plan “Barba Roja” en junio del 41, dieron comienzo a una invasión dirigida hacia el sur, el centro y el norte, (Kiev, Moscú y Leningrado), convencidos de un rápido éxito similar al de los años anteriores.

Vendrían momentos épicos y, entre ellos, la Batalla de Stalingrado, cuando ocurre el gran viraje de la II Guerra Mundial y se rompe de forma definitiva el mito de la invencibilidad alemana. El coste fue elevadísimo.

La Unión Soviética tuvo más víctimas mortales que todos los demás países: casi 24 millones de personas, de las cuales 8 860 400 fueron militares.​

“La historia no había conocido un genocidio tan cruel como este y ahora la sangre se hiela por esos métodos, por cómo los nazis y sus cómplices hacían realidad sus mortíferos planes, qué barbaries cometían contra la población civil: ancianos, mujeres y niños”, dijo Vladimir Putin ante el memorial al soldado desconocido, considerando que en respuesta a esa “maldad feroz”, el pueblo soviético antepuso “la unidad espiritual, la cohesión y el heroísmo colectivo”, pues las certeza de alcanzar el triunfo de la justicia y la victoria “tuvieron una fuerza inconcebible”, afirmó.

Se debería tener en cuenta lo expuesto por el mandatario ruso en el semanario alemán Die Zeit, motivado por este aniversario. Vladimir Putin, en ese artículo, insta a la comunidad internacional a “reconocer y corregir” errores que llevaron o facilitaron tragedias tan monumentales.

Y como la moda de los últimos tiempos es reescribir lo acontecido, el jefe de estado recuerda que los soldados soviéticos fueron a Alemania en una misión emancipadora, mas no “para vengarse”, como alegan en la actualidad quienes pretenden darle base a tenebrosas tendencias que anulan la posibilidad de relaciones, colaboración y confianza.

“Toda la historia de la Gran Europa de la posguerra confirma que la prosperidad y la seguridad de nuestro continente común solo es posible mediante los esfuerzos conjuntos de todos los países, incluida Rusia”, aseguró.

Ahora, “todo el sistema de seguridad europeo se ha degradado gravemente”, mientras aumentan las tensiones y “los riesgos de una nueva carrera armamentista se vuelven reales”, constata Putin, según refleja la prensa.

“Estamos perdiendo las enormes oportunidades que nos brinda la cooperación”, sobre todo en el contexto de los desafíos comunes, como la pandemia de coronavirus y sus nefastas consecuencias socioeconómicas, advierte el estadista.

Estas fechas llegan cuando la agresividad sancionadora se intensifica anulando posibles entendimientos y bajas pasiones son alimentadas irresponsablemente. Es de rigurosa obligación detenerse ante el recuerdo y concluir dónde es preciso pararse, pensando con la cordura y lucidez que faltó al mundo 80 años atrás.

 

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