La advertencia de que la propia pantalla puede convertirse en la peor enemiga de una actriz que deja de ser joven, acaba de ser puesta de vuelta y media por la excepcional Kate Winslet.
Rolando Pérez Betancourt. Periodista. “Granma”. La Habana. 07/06/021. La advertencia de que la propia pantalla puede convertirse en la peor enemiga de una actriz que deja de ser joven, acaba de ser puesta de vuelta y media por la excepcional Kate Winslet.
Acosada en la adolescencia por ser una pasada de peso -“solo tendrás papeles de gorda”, llegó a decirle un director-, criticada hasta la saña por la prensa tras su triunfo en Titanic (1997) a causa de que su cintura “se llenaba de grasa”, la británica no solo acaba de triunfar en un serial policíaco transmitido por HBO, sino que prohibió tijeras y “mejoramientos” a su cuerpo en escenas en las que aparece con poca ropa.
El serial se titula Mare of Easttown y ha sido considerado entre lo mejor de los últimos tiempos sin posibilidades, por el momento, de una segunda temporada porque, según sus realizadores, cuando la varilla se pone alto hay que pensárselo para repetir el salto. La Winslet (45 años) interpreta a Mare, una detective que ha perdido a un hijo y hace lo posible por quedarse con la custodia de su pequeño nieto, mientras trata de desentrañar una bien urdida trama criminal. Un personaje el suyo desaliñado, sin maquillaje, a un paso del abandono total, aunque una repentina pasión la hace despojarse ante las cámaras de sus pobres trapos.
Ella misma ha hablado del asunto en una entrevista concedida a The New York Times: «¡Ni te atrevas!», frenó en seco al director de la serie, Craig Zobel, cuando este trató de eliminarle «un poco de barriga» en una escena sexual junto a Guy Pearce. También devolvió dos veces el póster de promoción, confeccionado según las reglas predominantes en el marketing de Hollywood: «Me decían: “Kate, de verdad, no puedes”, y yo les decía: “Chicos, sé cuántas arrugas tengo al lado de mi ojo, por favor, pónganlas de nuevo”».
Habría que recordar que esta actitud de Kate Winslet, en cuanto a centrarse en los requerimientos de sus personajes y echar a un lado las apariencias espectaculares que las promociones recaban de una estrella, la ha marcado a lo largo de su trayectoria. Incluso después del triunfo de Titanic, a los 22 años, se negó a seguir apareciendo en otros filmes de Hollywood y fue a parar al modesto cine independiente, que la presentó en la justa medida humana que demandaban sus personajes.
En El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) hay una escena en la que una envejecida Gloria Swanson -en su papel de diva retirada- exclama con hastío: “son las películas las que se han hecho pequeñas”, haciendo referencia a los tiempos en que los filmes convertían en diosas a sus estrellas. Para reforzar el glamour, se recurría entonces a filtros y a directores de fotografía que conocían al dedillo los mejores ángulos de aquellas actrices, algunas muy buenas, aunque todas debidamente construidas para ser amadas más allá de la pantalla. Mujeres con dos vidas, una para vender entradas en los cines, y otra que, en la mayoría de los casos, estuvo marcada por la vulnerabilidad más destructora.
En gran medida eso ha quedado atrás, pero todavía predomina en la industria del cine mucha “carita”, mucho truco y photoshop para tratar de embellecer el talento.
En tal sentido, la sacudida de la atractiva Kate Winslet pudiera ser el principio de una pequeña rebelión.