Los resultados de estas elecciones municipales advierten no solo a la izquierda, sino también a la socialdemocracia de los efectos nocivos que suponen las aventuras individuales. Al respecto, España ya tiene suficiente experiencia histórica.
Ignacio Libretti. CEILER. Santiago. 07/05/2021. Los resultados de las últimas elecciones municipales de Madrid son, por decir lo menos, inquietantes. La reelección de Isabel Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad se apoya en la obtención de 65 escaños para el Partido Popular, 35 más que en los comicios de 2019, en paralelo al desplome del Partido Socialista Obrero de España, quien pasó de 37 a 24 diputados. Por su parte, a la izquierda del PSOE, Más Madrid pasó de 20 a 24 escaños, mientras que Unidas Podemos, de 7 a 10. De ese modo, la Asamblea de Madrid, a grades rasgos, quedó compuesta por dos grandes bloques: PP + VOX con 78 representantes versus PSOE + MM + UP con 58. En consecuencia, Ayuso cuenta con mayoría absoluta –más de 69 escaños– para gobernar, mientras que la izquierda se debate en torno a sus divisiones políticas, orgánicas e ideológicas. Cabe agregar que, por efecto del resultado electoral, Pablo Iglesias, timonel de PODEMOS, decidió retirarse de la vida política institucional, en medio de acusaciones sobre su presunta responsabilidad en los hechos acaecidos este 4 de mayo en Madrid.
Aunque estos resultados electorales ya son, de por sí, bastante malos para las fuerzas progresistas y democráticas del país, lo son todavía más considerando las circunstancias que los hicieron posibles. En especial, teniendo en cuenta el aumento de participación ciudadana en los comicios. Mientras que en 2019 participó un 64,27% del electorado, este año participó un 76,25%, subiendo más de 10 puntos respecto al padrón habilitado. Ello, a pesar de la vigencia del Covid-19 en España. Lo anterior significa que esta elección, por su envergadura –3.644.577 de votantes– cuentan con legitimidad suficiente para inscribirse en la historia democrática de España, aun cuando sus ganadores sean fuerzas reaccionarias.
Desglosemos las votaciones más relevantes para situar la distribución del electorado. En el caso del PP -gran triunfador de la jornada-, obtuvo 1.620.213 votos, 900.361 más que en 2019 (sube 22.50 puntos). En el caso de Más Madrid, obtuvo 614.660 votos, 138.988 más que en 2019 (sube 2.28 puntos). En el caso del PSOE, obtuvo 610.190 votos, 274.028 menos que en 2019 (baja 10.46 puntos). En el caso de VOX, obtuvo 330.660 votos, 42.993 más que en 2019 (sube 0.25 puntos). En el caso de Unidas Podemos, que ahora incluye las votaciones de PODEMOS e Izquierda Unida, obtuvo 261.010 votos, 79.779 más en 2019 (sube 1.61 puntos). Finalmente, en el caso de Ciudadanos, obtuvo 129.216 votos, 500.724 menos que en 2019 (baja 15.89 puntos, quedando sin diputados).
Por lo visto, en Madrid, el centro político español fue duramente castigado por el electorado, diezmando al PSOE (perdió 13 diputaciones) y excluyendo a Ciudadanos de la Asamblea. Por contraparte, la derecha tradicional, representada por el PP, obtuvo cuantiosos réditos electorales (sumó 35 diputaciones), mientras que la izquierda logró avances institucionales proporcionales a su moderación política -4 diputaciones más para MM y 3 para UP-, pero insuficientes para contrapesar la hegemonía derechista. En buena medida, eso explica la deserción política de Iglesias, cifrando el fin del ciclo político consecuente a las movilizaciones populares de 2011.
Considerando lo anterior, cabe extraer algunas lecciones de interés político internacional. Primero, los efectos que supone el aumento de la participación ciudadana en la situación histórica actual. Por efecto del vuelco tecnocrático del capital, el cual disuade la participación política con tal de optimizar la gestión económica -de ahí la contradicción entre neoliberalismo y democracia-, no es de sorprender que las masas populares, cuando se pronuncien, lo hagan en favor de posiciones radicalizadas, negando la lógica consensual que marcó las transiciones democráticas posteriores a las dictaduras militares en América Latina y a la desintegración de la Unión Soviética en Asia y Europa. En los últimos años, tenemos hechos tales como el resultado del Plebiscito sobre los Acuerdos de Paz en Colombia o el Brexit en Inglaterra que ilustran dicha tendencia. Hoy, la segunda vuelta en Perú, con Keiko Fujimori (Fuerza Popular) y Pedro Castillo (Perú Libre) en competencia. Esta disuasión de la política impulsada por las infraestructuras capitalistas financieras, que genera superestructuras funcionales a sus intereses inmediatos, anula el ejercicio de la mediación, polarizando la ciudadanía. Los así llamados “populismos” canalizan provisoriamente este malestar; aunque su falta de horizonte estratégico les niega la gobernabilidad necesaria para una construcción nacional estable. En suma, son gobiernos con fecha de vencimiento.
Segundo, el desfalco del centro político. Al desaparecer la mediación política de las actividades cotidianas de la población, cuando ésta ejerce su ciudadanía, lo hace necesariamente a través de posiciones fuertes, no siempre consistentes, pero dotadas del antagonismo ideológico suficiente para movilizarla. Así, la política ocurre en sus efectos, convirtiendo la táctica en estrategia. El primer caído producto de esta tendencia es el centro político, pues supone un conjunto de explicaciones y pretextos que la vorágine popular no desea entender. Debido a las correlaciones de fuerzas inherentes al capitalismo, por regla general, quien arrastra al centro es la derecha. No obstante, ello supone la subordinación del centro a las fracciones más reaccionarias del capital, abriéndole contradicciones internas y generando condiciones para nuevos conflictos sociales.
Tercero, la salida sin salida. Una vez que estalla el antagonismo y la población ocupa las calles, de no haber la fuerza suficiente para avanzar directamente hacia una revolución propiamente dicha -cuestión que supone la constitución de una vanguardia política capaz de conducir al conjunto del pueblo hacia el socialismo-, el acuerdo entre centro e izquierda se vuelve imperativo, pues de no haberlo, será la derecha, bajo promesa de estabilización y reformismo, quien tomará control de la situación política. Un ejemplo elocuente de ello fue la elección legislativa de Francia en 1968, posterior al mítico Mayo Francés, donde el gaullismo, la Unión Democrática por la República, obtuvo 270 de los 487 escaños de la Asamblea Nacional, seguida de Republicanos Independientes y de Federación de la Izquierda Democrática y Socialista, ambos con 57, quedándose con el primer ministerio de la nación (Georges Pompidou). Para entonces, el Partido Comunista Francés solo obtuvo 33 escaños, sin alianza alguna. De producirse tal escenario, el capital recibe una prórroga política que tarde o temprano, por efecto de sus tendencias internas, conducirá nuevamente a conflictos similares. No obstante, para que dicho acuerdo curse, es necesario que el centro se incline hacia la izquierda, o de lo contrario, será imposible lograr los mínimos comunes indispensables para preservar el juego democrático en un marco de convulsión social. Sin acuerdo, el centro está condenado a la digestión derechista, perdiendo legitimidad entre las fracciones capitalistas subalternas que representa.
Volviendo a Madrid, los resultados de estas elecciones municipales advierten no solo a la izquierda, sino también a la socialdemocracia de los efectos nocivos que suponen las aventuras individuales. Al respecto, España ya tiene suficiente experiencia histórica. Solo es cuestión de recordar las elecciones generales de 1977, las primeras después de Franco, donde la Unión de Centro Democrático, partido monárquico constitucionalista ligado a las familias tradicionales de la nación, obtuvo el 34.44% de la votación, en circunstancias que el PSOE obtuvo el 29.32%, el PCE en 9.33% y el Partido Socialista Popular-Unidad Socialista el 4.46%. De haberse logrado la alianza comunista-socialista que propuso el PCE, con estos datos, la izquierda hubiera sido mayoría nacional, propiciando una transición diferente a la habida.
Llevado al plano local, teniendo en cuenta que nos aproximamos a las primeras elecciones presidenciales luego del Estallido Social y del Covid-19, en medio de una crisis económico-social no vista desde la dictadura militar, urge analizar cuidadosamente lo que ocurrió en España, pues sus lecciones son elocuentes. Sobre todo, considerando que comunistas, socialcristianos, socialdemócratas, humanistas y autonomistas ya tienen cartas presidenciables. No olvidemos que las alianzas políticas, lejos de ser obsequios o simples concesiones, son logros que descansan en procesos de acumulación de fuerzas destinados a generar, en la medida de sus límites programáticos, réditos considerables. En especial, teniendo en cuenta que la derecha ya está enarbolando, mediante cuadros de confianza –Joaquín Lavín y Mario Desbordes–, discursos reformistas; discursos que, sumados a la promesa de estabilidad económica y coronados por la maquinaria electoral de Chile Vamos –54.58% de la votación nacional–, podrían mantenerla en el gobierno. Para evitarlo, urge una alternativa de izquierda que no solo aglutine a los partidos de oposición, sino que también cuente con la confianza del pueblo. De momento, quien encarna dicha confianza es Daniel Jadue, candidato presidencial del Partido Comunista. ¡Trabajemos para que en Chile no ocurra lo que ocurrió en Madrid!