La naturaleza tiene su orgánica, tiene la disciplina de su energía, en ella no hay malgasto, no hay derroche.
Carlos Poblete Ávila
Profesor de Estado
04/07/2020. Qué interesantes y valiosos suelen ser los sinónimos, aunque no siempre son válidos, exactos o equivalentes. Por ejemplo, la palabra “anciana” señala en justicia de concepto y con supremo respeto, a una mujer de avanzada edad, pero ese mismo vocablo no ajusta en rigor semántico para referir a una “silla”, mueble que mucho ha permanecido en el tiempo.
Así, entonces, en esta otra circunstancia podemos decir que los seres humanos, y en verdad todo lo vital existente, cursamos ciclos, fases, momentos, períodos, episodios, estaciones. En rigor, somos seres que sucedemos, y en ese suceder nos ocurren cosas, situaciones.
La naturaleza -como suele decirse- es una realidad de gran sabiduría, de poderosos equilibrios, de “ocurrencias” mágicas. El ser humano dotado de inteligencia no ha podido dominarla, cuando más hasta ahora la ha desafiado, y no siempre con felices resultados.
La reciente estación otoñal de este hemisferio que habitamos, fase de la naturaleza, nos deja datos, enseñanzas. Desde ella transitamos al siguiente episodio invernal. Nada es mecánico, todo en el universo es dialéctico, todo es natural mutación sin intervención humana.
Un signo vital y cromático del otoño es lo que sucede a los seres vegetales. En rigor, son nuestros hermanos, somos con todos ellos y con otros seres. Los árboles viven sus estados y tránsitos propios de la estación en comento. No todos ciertamente dejan caer sus hojas, pero los que sí, experimentan su desnudez. Las hojas precipitan, pero antes han iniciado una transformación, un proceso cromático. Alcanzan el color del oro.
La naturaleza tiene su orgánica, tiene la disciplina de su energía, en ella no hay malgasto, no hay derroche.
Nada más hermoso que un prado, un parque, una plaza y un jardín con el dorado de las hojas que precipitan en el vuelo hacia la tierra, donde en multitud permanecen en el silencio de su sueño.
Y, nada más impropio que aquél que llega con su escoba a batir la tierra para aventar la bella obra de la creación. Y, más inaceptable todavía cuando la hermosura de las hojas cae en manos del pirómano mandado. Son los destructores del plantel, los devastadores de todo lo que vive.
Ignoramos más de lo que sabemos. Las hojas en su proceso transformador son los naturales nutrientes de la tierra, alimentan la leve capa de sustancias indispensables para mantener la saludable biología del planeta. Las hojas en ese estado no se pudren como muchos suelen decir, ellas se transforman. No mueren, siguen vivas para más vida. Hay quienes no comprenden que los árboles después de mutilados y transformados en madera, siguen vivos en ese nuevo estado.