En aquel enero del verano de se generó un ingente proceso de organización y reflexión en el seno de las denominadas “Sociedades en Resistencia”.
Radio Nuevo Norte. 10/02/2020. “Hacia las siete y diez, el cielo de Antofagasta fue incendiado por un infame baleo de tres minutos: los comerciantes bajaron los ojos de Cristo en la Iglesia, cambiando su gesto meloso por el ceño de las armas. Surgió una “Guardia de Orden” que, unida a los marinos del “Blanco Encalada”, permitió a la muerte devorar, tranquilamente, un espléndido racimo de corazones…”(Andrés Sabella en Norte Grande).
Nuestro principal y más tradicional espacio de encuentro, la Plaza Colon, conocida y apreciada por todos los antofagastinos, y que seguramente rememora los más bellos momentos de niñez e infancia para muchos vecinos, es también el escenario de uno de los episodios más infames que registra la “Antofaganistidad”, desconocido para una importante franja de Antofagastinos, debido a un pacto de silencio que ya comienza a desmoronarse; Matanza de Obreros de la Plaza Colón.
Para tener una compresión cabal de lo que aquí estamos relatando, es preciso situarnos en el Antofagasta de finales del siglo XIX y principios siglo XX, momentos en que la pequeña localidad se extendía rápidamente en torno a las líneas del ferrocarril y los numerosos muelles por donde se exportaba la riqueza salitrera del Norte Grande, hacia la vieja Europa, ávida de este fertilizante para sus agotadas tierras agrícolas, siendo, por tanto, una de las principales características de Antofagasta, su alta concentración de proletariado industrial.
Así mismo, nos encaminábamos al primer Centenario de nuestra Republica, los grandes monumentos de la Plaza Colon y de la ciudad de Antofagasta estaban en planificación, pues las distintas colonias comenzaban a proyectar sus “regalos” a la ciudad en el marco de este hito; la cúpula del Cementerio General (colonia china), la columna que se emplaza en la plaza de la revolución con la mujer sosteniendo la antorcha (colonia alemana) o el mencionado León de la Plaza Colon (colonia española).
En este contexto de festejos, se generó un intenso debate público en torno a la denominada “Cuestión Social”, eufemismo acuñado por la elite nacional para abordar una época marcada por abismales contradicciones entre el capital y el trabajo, las que se traducían en condiciones de vida miserables para la clase obrera, mientras que la oligarquía nacional concurría a su propia “belle époque”, mediocre imitación de la vida de las elites europeas.
Los obreros chilenos debieron transitar el centenario sumergidos en la miseria, debido a las condiciones de higiene, hacinamiento y, derechamente, el hambre que los asolaba, asimismo, desde la perspectiva de la niñez popular, existían altísimas tasas de mortalidad infantil, trabajo infantil y analfabetismo. El mundo del trabajo se veía azotado por una elevadísima tasa de mortandad laboral, lo cual acarreaba que familias enteras quedaran en el total desamparo y pobreza absoluta.
Ante esto, Luis Emilio Recabarren, señero organizador de la clase trabajadora chilena, denunció en su fundamental ensayo de 1910, “Ricos y Pobres a través de un siglo de vida republicana”, las injusticias de la época, señalando “¿Dónde está mi patria y dónde mi libertad? ¿La habré tenido allá en mi infancia, cuando en vez de ir a la escuela hube de entrar al taller a vender al capitalista insaciable mis escasas fuerzas de niño? ¿La tendré hoy, cuando todo el producto de mi trabajo lo absorbe el capital sin que yo disfrute un átomo de mi producción? (…) ¿Acaso los que vencieron al español en los campos de batalla pensaron alguna vez en la libertad del pueblo? Los que buscaron la nacionalidad propia, los que quisieron independizarse de la monarquía, buscaban para sí esa independencia, no la buscaron para el pueblo”. Este ensayo es pionero al constituir el primer análisis en la estructura social chilena de principios del siglo pasado, luego de analizar las distintas capas en la clase dominante de la época fija como eje de su análisis a los explotados, aportando ingente documentación sobre las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores chilenos. Este ensayo y otros trabajos le permiten a “don Reca”, ubicarse no solo como agitador y organizador de la clase trabajadora sino como un referente del pensamiento marxista latinoamericano.
Este fue el contexto pues donde se desarrollaron los hechos de aquel verano antofagastino de 1906; miseria y desdicha obrera, maduración de las organizaciones de la clase trabajadora, un Estado nacional indiferente a los pesares de su gente y una oligarquía local insaciable y soberbia.
Movilización y Huelga General de enero y febrero de 1906
El movimiento huelguístico abarco a casi la totalidad de los trabajadores de Antofagasta, a obreros y empleados de las Compañías Mitrovich Hnos, Linh, Barnett, Inglix Lomax, Fundición Orchard, FCAB y la Compañía del Salitre, entre otros. La movilización fue articulada desde dos organismos obreros; el “Comité de Huelga” y la “Mancomunal Obrera de Antofagasta”.
En aquel enero del verano de 1906 se generó un ingente proceso de organización y reflexión en el seno de las denominadas “Sociedades en Resistencia”, órganos obreros de inspiración anarquista, además, y paralelo a este proceso, se instaló en el seno de los trabajadores, como demandas unitarias; la jornada laboral de 8 horas, el pago de la remuneración en oro o en su equivalente en billetes y exigencia de 30 minutos más de descanso, sumados a la hora con que ya contaban para su colación. Esta última petición se fundaba en la lejanía de los barrios obreros, puesto que este trayecto los trabajadores debían hacerlo caminando, consumiendo casi la totalidad del tiempo de colación, no alcanzando a llegar a tiempo en la jornada de la tarde, quedando expuestos a castigos por parte de las empresas.
Estas demandas se materializaron en el denominado “Pliego Reivindicativo”, presentados a la patronal el día 29 de enero, gran parte del comercio aceptó la medida y las firmas industriales accedieron a las demandas de sus trabajadores, cerrando el proceso en sendos acuerdos al 31 de enero.
Luego de esto, el eje de la movilización se centró en aquellas empresas que habían rechazado de plano cualquier mejora en las condiciones laborales de sus trabajadores, entre ellas, los capitales ingleses que controlaban el FCAB, quienes, con suma prepotencia, alegaban que los operarios tenían un horario “bastante cómodo” para trabajar y, en caso de otorgar media hora más para la colación, como indico el sub-administrador Mapletón Hoskins, esta debería ser repuesta al final de la jornada de trabajo o, derechamente, mediante la eliminación del “lunch” (colación). Además, como si de un manual se tratara, y tal como hemos sido testigos a propósito de los actuales acontecimientos de lucha y movilización de nuestro pueblo, la empresa acusó la presencia de actividad de anarquistas extranjeros “infiltrados”, que solo buscaban “destruir y dañar la producción y la economía del país”.
Así las cosas, el 2 de febrero el Comité de Huelga, reunido en el local de la Mancomunal de Obreros de Antofagasta, ubicado en calle Bolívar casi al llegar a calle San Martin, dio un ultimátum de 3 días, los capitales ingleses mantuvieron su posición intransigente y los órganos obreros definieron la movilización para el día siguiente, 6 de febrero de 1906. La Huelga General comenzó muy temprano en la mañana de aquel martes, alcanzo enormes proporciones, se unieron, además, los trabajadores de los muelles y los lancheros, el comercio cerró sus negocios y los conductores de los carros urbanos y coches públicos optaron por suspender el servicio. Antofagasta estaba totalmente detenida por la Huelga General.
Los gerentes ingleses y la burguesía local, alarmada por la defensa de sus propiedades y capitales, organizó la “Guardia Civil” al alero del Club de la Unión. Esta verdadera brigada paramilitar se conformó por hijos de comerciantes, en su mayoría españoles, los que solicitaron armas y autorización al Intendente Daniel Santelices para operar, de quien obtuvieron el beneplácito. Pero la labor represiva y anti-popular del Intendente no se quedó solo promover brigadas paramilitares armadas, sino que también solicitó la intervención del “Regimiento Esmeralda”, y de la marinería a bordo crucero “Blanco Encalada”, el que por esos días se encontraba en costas antofagastinas.
Entre tanto, los trabajadores movilizados, a eso del medio día, altivos marcharon por calle Prat, hacia el cerro, doblando por calle Angamos (actual calle Matta) hacia la municipalidad a la sazón ubicada en la actual Plaza de la Revolución (Entre Matta y Uribe). Luego, a eso de las 16:00 horas, los trabajadores comienzan a enfilar en dirección a la plaza Colon para escuchar los discursos, entre ellos “Don Reca”, editor del periódico “La Vanguardia” y futuro diputado por el distrito de Tocopilla y Taltal y las alocuciones de los diferentes delegados de los órganos obreros.
El periódico El Marítimo indicaba, en su edición del sábado 17 de febrero, que “alrededor de la 4 de la tarde comenzó a bajar desde los cerros el grueso de la población paralizada, congregándose en la plaza Colón cerca 4000 personas. El meeting transcurrió sin mayores sobresaltos. Antes de que terminara el cómicio popular, apareció en un costado de la plaza la Guardia Civil, despertando reprobación de los huelguistas, quienes mediante, insultos, silbidos y piedras, gritaban exclamaciones como esta: “Abajo los pijes armados”, motivo este más que suficiente para que los bandidos burgueses, los asesinos de levita, dispararan sus armas sobre el pacífico pueblo”. Por esto, algunos miembros de esta Guardia Civil se refugiaron en el edificio del Club de la Unión, desde el cual comenzaron también a dispararle a la multitud que corría desesperada. En este momento, las fuerzas policiales apostadas en la otra esquina de la plaza por calle Washington, viendo que la multitud se les venía encima, también abrieron fuego contra los manifestantes. El total de víctimas fatales nunca se pudo saber con certeza, la estadística oficial establece que fueron 48, sin embargo, es probable que hayan sido muchas más 55, así como también fueron cientos los trabajadores, mujeres y niños heridos. El Marítimo, decía al respecto que el “¡6 de febrero de 1906! Marcará una fecha, en lo sucesivo, de glorioso sacrificio para el proletariado antofagastino, i cubrirá de negro baldón la faz de la torpe burguesía”.
Las primeras estimaciones indicaron que fueron entre 50 a 60 personas asesinadas, pero ese número es altamente discutido, ya que otras fuentes y nuevas investigaciones estiman el número de víctimas en 300. Esto último, básicamente, debido a que el número de heridos fue altísimo y que, frente al horror de la masacre, muchos obreros huyeron y se refugiaron en sus barriadas (sector estación, barrio bellavista y sector centro alto de la actual Antofagasta), muriendo muchos a las horas y días siguientes, sin recibir atención médica alguna.
Tras la masacre, los cadáveres esparcidos en la plaza fueron llevados y apilados en el Cuartel General de Bomberos, durante la noche, se realizó el levantamiento de los cuerpos que fueron llevados al cementerio, pero las autoridades y prensa de la época ocultaron el número real de víctimas y heridos.
Al día siguiente, la indignación ante la barbarie desatada y la muerte de sus hermanos, genero otra jornada de movilizaciones, esta vez marcada por disturbios y violencia. En calle Prat, un grupo de ellos creyó reconocer a uno de los responsables de la masacre, y dio muerte a pedradas y pateaduras a Richard Rogers, trabajador de English Lomas Company (víctima inocente). Luego, se incendiaron las dependencias de la tienda “La Chupaya”, de dueños españoles, los mismos que conformaron las brigadas paramilitares que abrieron fuego la jornada anterior. Estas llamas se extendieron por calle Angamos (actual Matta) y consumió casi toda la cuadra, alcanzando las dependencias del periódico “El Industrial”, decano de la prensa local. Los obreros rompían las mangueras de bomberos para que el fuego expiara la culpa de la burguesía. También se dieron vuelta vagones del ferrocarril y se arrancaron más de 100 metros de rieles.
Sumado a lo anterior, resulta abyecto el proceder de los delegados del capital ingles en nuestra ciudad, específicamente de Harry Usher, quien fustigó al intendente para que se declararse incompetente ante los sucesos, solicitando apoyo al gobierno británico, pretendiendo darle ribetes internacionales al asunto, intentando organizar nuevos grupos paramilitares de ingleses y solicitando el desembarco de tropas británicas para proteger capital y propiedades inglesas.
Durante muchísimos años esta tragedia permaneció alojada en el olvido acordado y muy conveniente para muchos. El pacto de silencio se desmorona.