Se repite priorizar por partidos políticos cuando el estallido fue social y ciudadano. Otra reunión fallida.
Hugo Guzmán. Periodista. El gobierno recurrió al mismo formato de respuesta que ocupaba antes de la revuelta social/ciudadana de estos quince días: pensar que todo empieza y podría terminar en conversaciones en salones del palacio presidencial con algunos presidentes de partidos políticos.
Un camino formal/institucional que apunta a poner en el centro a grupos políticos orgánicos, en una insistencia que puede ser inexplicable si se considera que lo vivido por el país/sociedad en el último tiempo tuvo un componente fundamental/sustancial en lo social, popular, ciudadano. De allí provino el “estallido social”, las protestas y las demandas.
¿Por qué entonces no partir la conversación por las representaciones del mundo social, sindical, medioambiental, cultural, estudiantil, profesional, indígena, académico, intelectual, femenino, poblacional?
¿Hay temor de conversar y escuchar a esas actoras y esos actores? ¿Se les considera irrelevantes o inhabilitados? ¿Priman prejuicios por las posturas ideológicas, políticas, reivindicativas y transformadoras de esos colectivos? ¿Es el temor a abrirse al espacio no formal/institucional?
Se podría apuntar que un elemento positivo de sentarse con el mundo social y la sociedad civil, es que ahí se encontrará la diversidad/voz/representación del pueblo que se movilizó y protestó y recibir de manera directa la demanda y la exigencia.
Es incuestionable que un proceso así de conversación es muy complejo y tiene muchas derivadas, pero es un camino ineludible si se quiere apuntar a respuestas precisas y encuentros constructivos frente a una crisis explosionada precisamente por carencias/demandas del movimiento social y de la sociedad civil.
Pero todo indica que ese no es el camino establecido por el gobierno. Es probable que no habría que esperar esa apertura y cambio de formato de una administración conservadora, representadora de sectores de derecha, defensora del modelo económico hegemónico, y que no desea modificaciones de la institucionalidad dominante.
Como sea, el sendero escogido insistentemente parece no dar resultado. ¿Quién se acuerda de aquel encuentro a inicios de la semana pasada también con presidentes de unas colectividades políticas? Luego vinieron más movilizaciones, se sumaron más regiones, continúo el caceroleo masivo y unos días después fue la marcha de más de un millón y medio de personas en Santiago y decenas de miles en muchas provincias. ¿Incidió entonces esa reunión? Si hasta días después cambió el gabinete y salieron quienes habían dialogado con esos pocos partidos.
La lejanía entre el quehacer político formal y lo que era la revuelta popular y expresión del mundo social, sindical, estudiantil, femenino, poblacional, de la cultura, entre otros, quedó de nueva cuenta en evidencia.
Algo parecido se repitió este jueves. Del diálogo en La Moneda salieron “insatisfechos” y seguramente decepcionados los timoneles de partidos que quisieron concurrir. ¿La causa principal? Que los ministros, que son representantes del Presidente, no se abrieron con definiciones a respuestas en temas de fondo como el proceso constituyente, la nueva Constitución y cambios estructurales que están en la base de los problemas y las demandas del pueblo.
Un elemento presente en esta especie de reunión fallida es que, precisamente, no hubo de parte de la administración gubernamental una palabra concreta y una posición clara respecto a la voz y la expresión social, popular, sindical, ciudadana de estos quince días. Todo se quiso dejar en el área formal/institucional, acotado a las “medidas sociales” del gobierno, y en el marco político-económico dominante.
Lo que ratificaría lo adecuado del término de “insatisfactorio” del encuentro.
Por lo demás, la instancia partió cojeando, porque en estricto rigor los presidentes de los partidos no estaban mandatados ni eran los interlocutores de los inmensos sectores movilizados estas dos semanas. Ellos mismos lo reconocen hace rato.
Dadas las circunstancia, todo parece apuntar a que la interlocución que el gobierno debiera buscar es con las representaciones diversas del mundo social y de la sociedad civil.
Es probable que en muchos sectores se haya tomado como una señal contradictoria o negativa que puede traer más malestar social, que los primeros convocados a conversar sea un grupo de personeros políticos. Cuando desde ese mismo ámbito se dice que hacia ellos hay descrédito, desconfianza y antipatías.
No se debería afirmar que la forma de hacer política está cambiando y que sinceramente se está escuchando la voz social/ciudadana, si se continúa priorizando por reuniones cupulares y sectarizadas.
Obvio que los partidos y sus dirigentes tienen un rol indiscutible y necesario en medio de esta crisis política y social. El primero, parece, es sintonizar con la demanda popular y los nuevos formatos de prácticas políticas que se reclaman.
Por ejemplo, a contrapunto de lo sucedido este jueves, dirigentes de colectividades políticas se reunieron con representantes sociales y sindicales, estuvieron en los cabildos y en las movilizaciones.
En el Parlamento, con el impulso de leyes e indicaciones que tengan sentido con beneficios sociales contundentes y no parches acotados, los partidos jugarán un papel importante.
Parafraseando a un diputado, quizá es el momento de que la oposición se una para exigir que se escuche, se respete, se respalde y se refuerce al movimiento social y a las representaciones de la sociedad civil. Que se apueste por la unidad/coordinación política y social.
Es que la reunión de este jueves -con la concebida parafernalia mediática, en medios que también mantienen ciertos formatos- olió a más de lo mismo, a los mismos protagonistas, a un mismo tono y puesta en escena, que el pueblo viene mirando hace 30 años (como parte de muchas cosas que vienen sucediendo hace 30 años).
Quizá esta reunión formal/institucional no tenga el mérito en la agenda que la convocó, sino en mostrar que unos quieren mantener formatos agotados y desacreditados (con intereses de por medio), cuando la evidencia social, los hechos ciudadanos y la movilización popular apuntan a que también debe cambiar la política y los mecanismos de ejercerla.