Artículos publicados en la edición especial de El Siglo impreso del mes de septiembre.
Jorge Arrate. Ex candidato presidencial. 09/10/2019. Superar diferencias, unir al pueblo
La inquietud invadió a quienes éramos militantes de izquierda durante los últimos meses de 1969. Las tribulaciones de la recién creada Unidad Popular (UP) para designar su candidato presidencial parecían no tener fin. Al terminar octubre un levantamiento militar iniciado en el Regimiento Tacna, en el corazón de Santiago, conmovió al país. El gobierno de Frei Montalva se vio amenazado y disminuida su autoridad. Pero ni siquiera esa circunstancia aceleró el ritmo con que la naciente UP resolvía sus opciones. A fines de año la incomodidad se convertía en desesperanza.
¿Qué era la Unidad Popular? ¿Se trataba de un nuevo conglomerado de naturaleza “frente populista”, como el de 1938, o un “frente de trabajadores”, como el que promovía el Partido Socialista, que enfatizaba el signo clasista de una candidatura de izquierda? El Frente Popular, con un liderazgo radical, de clases medias, había dejado -más allá de su valoración como hito histórico- una sensación difícil en muchos socialistas que atribuían a la “colaboración” con el gobierno de Aguirre Cerda la crisis de su partido en los años cuarenta. Por otra parte, amarga había sido la experiencia de participación comunista en el gobierno radical de González Videla o socialista en el de Ibáñez.
Los ecos de la elección de 1964 se hacían sentir: Allende había bordeado el 40% de los votos, insuficientes para enfrentar la sumatoria de la Democracia Cristiana con la derecha, que se volcó a Frei Montalva. Un vano intento de nuestro candidato de atraer la votación radical había suscitado áspera polémica dentro de su partido.
El Partido Radical, salvo un sector de tendencia derechista, era ahora parte constitutiva de la Unidad Popular. Viejos cuadros ibañistas habían conformado la Acción Popular Independiente (API) y levantado un candidato presidencial propio dentro de la UP. Una novedad significativa era la participación del MAPU, una escisión cualitativamente importante de la Democracia Cristiana, que sumó el nombre de Jacques Chonchol al radical Baltra, el apista Tarud y a los dos candidatos de los partidos históricos de izquierda, Neruda y Allende.
Algunos sentían nostalgia de la épica campaña de 1958, cuando la base de apoyo eran los dos partidos marxistas agrupados en el Frente de Acción Popular (FRAP), más un conjunto de grupos y organizaciones menores que no tenían el estatuto de partido, en las que participaban individualidades radicales, ex ibañistas y católicos. Era la primera vez que comunistas y socialistas levantaban un candidato presidencial común de militancia marxista.
En 1952, en otra campaña histórica, a Allende lo habían proclamado un sector socialista y el Partido Comunista -ilegal y perseguido en ese tiempo- que conformaban el Frente del Pueblo, y había levantado un programa antifeudal, anticapitalista y antiimperialista que, más allá de su votación de solo 5%, dejaría huella en las confrontaciones de las décadas siguientes.
La Unidad Popular nació con la obligación de hacer honor a ese legado. Se formó para abordar la coyuntura político-electoral pero, al igual que los otros momentos mencionados, no habría sido posible sin una base fundamental: la movilización ciudadana, las organizaciones sociales y el despliegue cultural, instancias en que destacaron sindicalistas, dirigentas feministas, líderes estudiantiles y poblacionales, trabajadores, artistas, intelectuales y profesionales. Aquel camino para unir a las fuerzas del pueblo sorteó debates internos inevitables. En su intenso transcurrir surgió un gran proyecto nacional de desarrollo y transformación postulado como horizonte de lucha por la izquierda política y social.
El año 1970 sorprendió a la Unidad Popular en uno de esos momentos de diferencias internas que parecían difíciles de superar. Salvador Allende tuvo entonces un gesto notable: el seis de enero intervino en el Senado y constató con honestidad las dificultades para nominar candidato, a pesar de “los significativos avances que se alcanzaron con la redacción de un programa, del acuerdo acerca del carácter del futuro Gobierno Popular y de un documento sobre la orientación de la campaña presidencial”. Sostuvo que “el proceso unitario en desarrollo abarca una amplitud nunca antes alcanzada y muestra en su seno la definitoria gravitación de los partidos revolucionarios. Las proyecciones de estos últimos son producto, en buena cuota, de la acción conjunta desplegada durante más de 14 años por socialistas y comunistas. La unidad también aparece reforzada por la radicalización de los partidos de clase media; como consecuencia de la dramática realidad social que castiga también a sus militantes y simpatizantes.” Y agregó: “Estas características diferencian nítidamente al proceso actual de anteriores experiencias, como el Frente Popular.” Continuó: “En la misma medida en que estuve dispuesto a hacer el aporte personal que me correspondía, si se consideraba mi nombre como garantía para alcanzar el cumplimiento de las aspiraciones unitarias, he resuelto solicitar a la dirección de mi partido, como ya lo he hecho, que se prescinda de mí, si mi nombre constituye un obstáculo para el logro de metas que se hallan muy por encima de todo personalismo y en las que están en juego el presente y el futuro de la clase trabajadora”.
Veinte días después Luis Corvalán anunció desde el estrado de un acto de masas convocado en la Avenida Bulnes: “¡Salió humo blanco! El candidato es ¡Salvador Allende!”.
Camino al cincuentenario de la conquista del Gobierno Popular
Lautaro Carmona Soto. Secretario General del Partido Comunista. El próximo año se cumplirán 50 años del triunfo de la Unidad Popular, que encabezado por Salvador Allende conquistó el gobierno del pueblo, de las y los trabajadores en nuestro país.
La implementación y cumplimiento del programa que comprometió constituye el periodo histórico de mayor democratización de nuestro país en beneficio de las grandes mayorías, en especial de la clase trabajadora, de los más humildes, de la gente sencilla.
Junto a las grandes masas llevó adelante una verdadera Revolución democrática y de Justicia social con abierta perspectiva socialista.
La conquista del gobierno es un momento de síntesis de un largo y duro proceso de acumulación de fuerza, que por décadas tuvo como protagonista principal el desarrollo creciente de la clase trabajadora con evidente conciencia de su condición de fuerza motriz, sujeto principal de los cambios y transformaciones que reclamaba la sociedad chilena.
Cambios y transformaciones que constituyen conquistas históricas del pueblo, muchas de las cuales siguen marcando al país.
El proceso de acumulación para conquistar una correlación de fuerzas favorable a las propuestas del pueblo, su raigambre en las luchas de las y los trabajadores, el rol de los Partidos políticos de izquierda, la construcción vinculada con la base social a un Programa que representó sus intereses más urgentes, necesarios y justos, expresados en las primeras 40 medidas programáticas, van marcando la gran cualidad de un proyecto revolucionario, de acuerdo a nuestras peculiaridades y a la situación histórica concreta que tiene en cuenta la contradicción que marca dicho periodo, para con evidente pedagogía política emprender el proceso anti imperialista, anti oligárquico, profundamente democratizador y con perspectiva socialista.
Fue el proyecto para construir una sociedad con mayor calidad de vida para su gente, que promovía la participación activa de los distintos sectores. Por primera vez en la historia de Chile el pueblo era gobierno.
Entre las conquistas más importantes esta la nacionalización de la gran minería del Cobre, gran batalla para conquistar la independencia y soberanía económica del país.
A propuesta del Gobierno Popular la juventud conquista el derecho a voto desde los 18 años. Expresa el valor que el gobierno y Allende le asigna a la juventud chilena en el proceso de transformaciones revolucionarias. Esa Juventud que se integra y compromete con mística y conciencia social al gran movimiento de trabajos voluntarios que se expresó en todo Chile.
La profundización del proceso de Reforma Agraria, permitió un salto en la actividad agrícola, creó las condiciones para los procesos agro industrial y logró importantes aportes en la batalla de la producción.
La creación del área de propiedad social de la economía, que se relacionó con la propiedad mixta y privada. En esta dimensión de los grandes desafíos históricos se destacaron una importante cantidad de trabajadores que con sentido de la responsabilidad histórica se hicieron cargo de la conducción y gestión de muchas empresas.
Las políticas sociales destinadas a las y los niños tanto en su salud como escolaridad, constituyeron políticas avanzadas cuya reivindicación en los derechos de la infancia están plenamente vigente en su exigencia. Se destaca el medio litro de leche para la niñez. La máxima fue que la niña y el niño nacen para ser felices.
Medidas de probidad y austeridad bajo la orientación del Fisco para que no se fabricaran nuevos ricos.
Estas son algunas de las medidas que caracterizan el proceso de la Unidad Popular y el abierto propósito de una sociedad crecientemente más democrática, de gran sensibilidad y justicia social que actúa en función de una mejor y mayor calidad de vida de las familias del pueblo.
Sin duda en la implementación del programa se cometieron errores. Es necesario conocer, estudiarlo y obtener enseñanzas de ellos.
Pero sin perjuicio de una mirada crítica y autocrítica sobre los errores, vacíos o políticas incompletas, éstas no explican el quiebre del proceso.
El golpe de Estado es la respuesta con la mayor saña y barbarie humana de los representantes del gran capital que vieron afectados sus intereses por el Gobierno Popular. La sedición de la derecha reaccionaria en permanente contubernio con el imperialismo norteamericano y el capital trasnacional pusieron en marcha un macabro plan desde antes de la votación del Congreso pleno, y llegó al asesinato del comandante en jefe del Ejército, Rene Schneider.
En la medida que avanzaba el proceso iba creciendo la violencia sediciosa hasta llegar al golpe que contó con la cobarde traición de civiles y militares que implementaron el exterminio más cruel y terrorista del Estado contra su pueblo, a quien declararon su enemigo interno.
La razón del golpe para implementar una sangrienta y criminal contrarevolución fue para abortar la Revolución democrática en curso, y a sangre y fuego fundar un modelo capitalista extremo, el capitalismo neoliberal.
La historia entrega enseñanzas, referencias para quienes tomamos posición en la lucha para democratizar la sociedad, en un irrenunciable proceso con perspectiva socialista.
Tenemos la obligación de incorporar las lecciones de los procesos de lucha y con dominio riguroso de la realidad que caracteriza la actual situación, teniendo en el acervo colectivo ese bagaje, concluir con sabiduría cómo potenciar capacidades para enfrentar los desafíos de hoy.
Sobre la base de un programa desplegar una activa movilización social con rol protagónico del movimiento sindical, construir la unidad política y social de mayor amplitud anti neoliberal y abrir paso a un nuevo modelo de desarrollo para Chile.
De acuerdo a estos criterios asumir el legado universal de Salvador Allende en sus últimas palabras:
“Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino….Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase la mujer y el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
50 aniversario de la UP: el legado programático y político
Maya Fernández Allende. Diputada. Partido Socialista. El 4 de septiembre se cumplirá un nuevo aniversario de la victoria de la Unidad Popular, aquella “limpia victoria alcanzada” como lo dijera Salvador Allende en los balcones de la Fech. Era septiembre de 1970 y los ojos del mundo observaban esa gesta histórica, donde una pequeña faja de tierra austral decidía trazar el camino hacia el socialismo, respetando las reglas de la democracia y el pluralismo.
Aquel triunfo de las fuerzas populares fue la culminación de un proceso arduo y complejo, en el que la izquierda logró ir configurando una propuesta de transformación que abordaba los principales problemas del país. Las cuatro elecciones que encabezó Allende son justamente expresión de ese recorrido de maduración de los partidos de izquierda y del movimiento popular. Se han escrito y documentado infinidad de reseñas y tesis sobre su épica, alcances, fallos y derrota. Pero lo importante es obtener lecciones para nuestras actuales coyunturas del proyecto de la Unidad Popular, porque en esa historia existe un legado para las fuerzas progresistas de hoy.
Quisiera recordar solo tres temas programáticos de la UP, y como estos nos entregan un camino para nuestras de luchas actuales y futuras: nacionalización del cobre, reforma agraria y el medio litro de leche para todo niño y niña del país.
Aprobada por la unanimidad del Congreso, la nacionalización del cobre vino a ser una respuesta al diagnóstico crítico del mínimo provecho que tenía el país respecto de la explotación que realizaban las empresas norteamericanas. Era lo que Allende calificó como “la segunda independencia”. Esta expresión tiene plena vigencia hoy en día, ya que nuestro país no ha dejado de ser dependiente económicamente de la explotación de sus recursos naturales, y la disputa por sus formas de explotación es algo que debe ser motivo de preocupación de las mayorías nacionales. Esto tiene que ver cómo enfrentamos la discusión respecto del litio, pero sobre todo debe guiarnos para enfrentar el problema político del agua. El dilema sigue siendo el mismo: al servicio de quien están nuestros recursos naturales.
La reforma agraria fue uno de los grandes procesos de transformación sociopolíticos del siglo XX que llevaron adelante las fuerzas progresistas. Enfrentarse a las estructuras de relaciones sociales y económicas en el mundo del campo, que tenían sus raíces en la colonia, era un conflicto insoslayable. Las relaciones de explotación mantenían al campesinado no solo en la pobreza, sino como sujetos cuyos derechos eran pisoteados. Por eso, la fuerza de la reforma agraria estaba en el empoderamiento de los desposeídos. La izquierda no debería perder esta sencilla idea fuerza, las transformaciones que impulsemos tienen que implicar una transformación en la subjetividad de los sujetos y la cultura de nuestra sociedad. Así como en el periodo de la UP se conceptualizaba la noción del Movimiento Popular, hoy debemos pensar nuestra acción en torno a las nociones de ciudadanía y participación, como una forma de empoderar aaquellos sectores sociales afectados por el modelo neoliberal. Democratizar nuestra sociedad para enfrentar sus injusticias es lo que hizo la UP.
El medio litro de leche para todos los niños sin duda es una de las medidas más icónicas del programa de la UP. El Estado se hacía cargo de enfrentar un problema endémico como era la desnutrición infantil. Instalaba el derecho de los niños a no tener hambre. Esa preocupación por el bienestar social del pueblo era el trasfondo ético que sustentaba a la UP. En estas épocas de abundancia y consumismo la izquierda no puede perder de vista las formas de marginación y pobreza que nuestra sociedad tiene hoy en día. El medio litro de leche expresaba un anhelo por construir una sociedad diferente en la que no fueran aceptadas realidades tan dramáticas como la desnutrición infantil. Era algo sencillo pero poderoso, que fue capaz de guiar la acción política de la izquierda chilena. Creo que hoy hemos perdido algo de ese legado.
La UP y Allende se mantienen en la memoria del pueblo como la culminación de un proceso de lucha y transformación que desarrolló la izquierda durante el siglo XX. Eso fue posible por un largo y complejo camino de construcción de unidad, la cual fue posible únicamente cuando se fue convergiendo en una idea de país que se pudo plasmar en un programa, en el que cada medida tenía un profundo significado político para las mayorías nacionales. El programa de la UP logro plasmar las contradicciones del orden social imperante, es nuestro desafío político empezar a caminar en esa misma senda para lograr una verdadera unidad, basada en ideales comunes de transformación social. Solo así la izquierda tendrá un rol en las luchas sociales futuras de nuestro país.
A 50 años de la UP: un repaso ante los desafíos del presente
Carlos Ruiz Encina. Presidente Fundación Nodo XXI. La experiencia de la Unidad Popular destaca no sólo en la historia de Chile. Se proyecta como uno de los procesos más avanzados y singulares de la izquierda latinoamericana del siglo XX, alcanzando una significación y referencia global para la izquierda.
La llegada de la Unidad Popular al gobierno en 1970 por la vía legal, y luego el golpe de Estado de 1973, marcan los momentos más visibles de aquel proceso. Sobre su gestión gubernativa y sobre el violento desenlace de aquella experiencia se ha debatido prolíficamente; sus imágenes se han proyectado como símbolos de fuerte identidad para las fuerzas de izquierda desde entonces. Empero, en general, se ha prestado menos interés en comprender el largo curso de constitución de aquella experiencia.
Cuando ya sumamos más 40 años de neoliberalismo ininterrumpido, y decanta ante nosotros el efecto refundacional de dicho modelo, la sociedad chilena es otra. Aunque su nueva fisonomía emerge justamente a partir de la crisis del Estado de Compromiso, la hondura de los cambios estructurales de las últimas décadas es tal, que sobre su base se ha construido prácticamente un país nuevo. De ahí que tanto las contradicciones de las nuevas formas que adquiere el capitalismo, como las fuerzas e identidades sociales que se forman en su seno, no guarden una continuidad lineal con aquellas fuerzas históricas que protagonizaron el proceso de la Unidad Popular.
Pero resulta equívoco pensar que se pueda reconstruir una izquierda sin memoria de esta experiencia. Las nuevas fuerzas políticas que emergen en estos años, errarían si decidieran proyectarse ignorando el proceso de la UP. Como también equivocarían apelando a una continuidad mecánica y meramente identitaria con aquella historia. Aunque muchas de las políticas y banderas que articularon a la UP siguen vigentes, más interesa hoy observar las condiciones de un largo proceso de construcción y articulación de fuerza que las hicieron posibles. Y hacerlo precisamente para que sirvan de herramientas ante unas tareas políticas que, por las contradicciones específicas del neoliberalismo avanzado chileno, serán en gran medida distintas.
De ahí que es preciso pasar de una actitud de mera reivindicación de la dignidad y alcance del proceso de la UP, a un examen de su constitución como alianza social y política, como proceso de acumulación y articulación de fuerzas. Luego, su fundación en 1969 ha de asumirse no tanto como el acontecimiento que inicia su llegada al gobierno, sino como el resultado de un largo recorrido anterior. De aquel proceso hay al menos tres rasgos que son hoy relevantes para los desafíos contemporáneos de la izquierda.
Primero, la fundación de la Unidad Popular fue posible en gran medida por la construcción de un Programa común a las fuerzas que la integraron. Más allá de su contenido, aquel Programa dista en gran medida en su construcción y en su significación política de lo que hoy, comúnmente, se entiende por Programa. No se trató entonces sólo de medidas gubernativas parciales, de un conjunto de políticas públicas sectoriales diseñadas temáticamente para manejar temas diversos, como suele reducirse en la actualidad bajo una mirada puramente administrativa, que ha sido dominante en el ciclo neoliberal de la transición, en donde los términos de “unidad” se reducen a la distribución de esferas de poder.
El Programa de la UP, con sus luces y limitaciones, constituyó una estrategia de transformación. Amparado en una interpretación de la sociedad chilena, concibe una determinada alianza social, y un conjunto de acciones concatenadas en los planos político, económico y cultural. Ello remite a que la discusión en su constitución fue, entonces, de naturaleza estratégica. Sobre aquel debate se asienta la unidad alcanzada, incluidos también sus problemas. Es ese tipo de discusión, precisamente, el que hoy resulta tan necesario como esquivo en nuestra izquierda. No estamos exentos de reducir tal exigencia a horizontes de administración y distribuciones electorales. ¿Cuál es la estrategia general de las distintas izquierdas chilenas para superar una égida neoliberal que pronto cumplirá medio siglo? ¿Cuál es la alianza social que ha de protagonizarla?
Segundo, la formación de la Unidad Popular supuso forjar una capacidad para procesar diferencias tanto entre como dentro de los partidos. Debe recordarse que las tradiciones socialista y comunista -el eje de la UP- tenían una larga historia de desencuentros e incluso de enfrentamientos. Se trataba de tradiciones que, en su fundación y en su desarrollo en el siglo XX, sostienen disensos de nivel táctico y estratégico, diferentes principios inspiradores y tradiciones culturales e intelectuales. Gran parte del mérito de la UP -y de experiencias previas como el FRAP- fue procesar aquellas diferencias sin negarlas. La unidad no consistió en el ocultamiento de las diferencias. De ahí que las agudas polémicas anteriores y posteriores al surgimiento de la UP, aparecen como diferencias de proyectos y apreciación política, y no simplemente como la resultante de distintos intereses corporativos y personales en pugna. Las diferencias dieron lugar a un debate enriquecedor, cuyas formulaciones concitaron una auténtica atención internacional y, sobre todo, fue capaz de impulsar un gran desarrollo de la cultura política de las fuerzas populares.
Finalmente, la constitución de la UP supuso un proceso de construcción, acumulación y articulación de fuerzas tanto social como político. Ello no remite sólo a su pluralidad de clases y la unidad que logran sus partidos en las organizaciones sociales, sino al hecho que la UP impulsó un tipo de acción que supo estar presente, a la vez, en la sociedad y en el Estado. La izquierda de entonces entendía la acción social y la acción política como una totalidad compleja. Por cierto, pueden hacerse juicios críticos -se hicieron- sobre dicha relación y el protagonismo que el Estado o el movimiento popular tomaban en determinado momento. No obstante, la UP era depositaria de una cultura de izquierda con alta conciencia de los procesos que se anidaban en la sociedad. Intentó entonces no sólo sumarse a un cambio cultural en curso; trató de elaborarlo y protagonizarlo. Su ligazón orgánica con la creación cultural, su apertura a las nuevas formas de sociabilidad y acción popular que brotaron de la crisis de los años sesenta -con las polémicas que ello acarreó también para las diferentes izquierdas que la componían- nos exhortan hoy a preguntarnos por el tipo de cultura y acción social que brota de las contradicciones de un neoliberalismo maduro.
Una izquierda encerrada en sí misma, sea en la imagen de su pasado glorioso o de un presente sin historia, resultará incapaz de apropiarse del presente, desentrañar la especificidad de las actuales condiciones y formular, a partir del ello, un proyecto de transformación que le imprima unidad a sus fuerzas. Aquél recorrido para llegar a la fundación de la UP registra procesos que nos interpelan hoy a su apropiación sustantiva, bajo las condiciones de una profunda transformación capitalista que decanta en este panorama de un neoliberalismo avanzado.