En recuerdo de Eulogio Suárez, Juan Miguel Cartagena, Andrés Varela y Jacinto Nazal.
Eduardo Contreras
Abogado
26/08/2019. La vida suele provocarnos vacíos mayores y dolorosos como sucede, por ejemplo, cuando en un breve espacio de tiempo se nos va más de un amigo. Y todavía más si con aquellos grandes amigos además de los afectos existieron lazos de un pensamiento común.
Fue en julio de este año que falleció Eulogio Suárez Quijada, hijo de Nueva Imperial, escritor, poeta, militante comunista que además trabajó ligado estrechamente a don Luis Corvalán, a Pablo Neruda, a Volodia Teitelboim.
Autor de varios libros de poemas, entre ellos “Edel”, “Yo vine un día”, “La Rosa Verde”, etc. Autor además del excelente texto “Neruda Total” publicado por vez primera el año 1987 en lengua griega en Atenas, editado por vez primera en español el año 1988 en Colombia, hasta editarse en Chile en 1991 por la editorial América Morena.
Le conocía hacía muchos años. En más de una ocasión pasó por Chillán en la década de los sesenta, ya fuera por tareas políticas o culturales pero lo cierto es que nuestra amistad se hizo más fuerte en el exilio. Nos vimos en varias ocasiones en la entonces República Democrática Alemana, en Moscú en tiempos de la URSS y, especialmente, en La Habana a donde solía viajar. Fui a esperarlo al aeropuerto en esas ocasiones y conversamos largas horas. Su inteligencia, su alegría de vivir, su amplitud de criterio nos parecieron siempre ejemplares y su ausencia crea un vacío real y profundo.
En este mes de agosto se fueron otros tres grandes amigos. Primero fue el “flaco” Juan Miguel Cartagena Bakovic, un abogado con el que compartimos oficina por muchos años junto al colega y camarada Pedro Aravena. Aun cuando distaba de ser un militante de izquierda, era un tipo de amplia mentalidad, sentido del humor, profundamente humano y que enfrentó los duros golpes que le dio la vida con ejemplar firmeza.
No olvidaremos su inmensa alegría cuando, ya mayor y divorciado, reconquistó a su primer amor y se fueron a vivir juntos. Felicidad que un fatal accidente en el que ella falleció cuando viajaba a su encuentro, truncaría tiempo después y del que nuestro amigo nunca pudo recuperarse.
Muy luego se nos fue otro gran amigo: Andrés Varela. Ingeniero, economista, un inteligente y destacado militante comunista, además un enamorado de la vida. Nos conocimos en el exilio en México y las anécdotas comunes llenarían páginas.
Evocaré solamente un hecho que lo retrata. Cuando por fin fue autorizado a regresar al país, ya muy cerca del fin de la dictadura de Pinochet y la derecha chilena, Andrés entregó su casa en el Distrito Federal para que fuera utilizada para el tratamiento y reposo de los revolucionarios guatemaltecos. Aquello funcionó perfectamente por todo el tiempo que fue necesario.
Y finalmente nos acaba de dejar el compañero Jacinto Nazal Quiroz. Un comunista ejemplar, un hombre de extracción proletaria que desempeñó funciones de enorme importancia no sólo para la vida del Partido sino para el país. Nos conocimos a comienzos de la década del 70 cuando se desempeñaba a cargo del Frente Agrario del PC en tiempos de la reforma agraria de la Unidad Popular y del fortalecimiento y desarrollo de la sindicalización campesina que habría de culminar exitosamente.
Producido el golpe del 73, Jacinto al igual que su hermano Miguel, otro entrañable amigo, se entregaron a las tareas clandestinas del Partido. Miguel cayó en manos de los siniestros aparatos creados por eso que han llamado las “gloriosas” (¿?) Fuerzas Armadas y hasta hoy se encuentra en calidad de detenido desaparecido.
Jacinto, prisionero y torturado en dependencias de la Academia de Guerra, logró finalmente salir del país asumiendo en el exterior tareas estratégicas que le llevaron además a ser parte de las luchas internacionalistas por la liberación de otros pueblos sin dejar su cometido principal en las tareas por la recuperación de la democracia en Chile.
Sus recientes funerales fueron viva muestra del cariño con el que siempre será recordado, por su valentía, generosidad y profundo sentido de lo humano. Su sonrisa de siempre reflejaba su apertura, su ausencia de sectarismos y su disposición a la lucha revolucionaria.
Cada uno de quienes recién nos han dejado nos llevan a los versos del argentino Alberto Cortez que sentenciaba…“cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo… ”