Estuvimos en la casa del ex futbolista de la selección chilena que jugó la final del Campeonato Sudamericano de 1955 ante Argentina.
Yani Aguilar Paulsen. Periodista. Arica. 17/07/2019. El “Expreso de Tocopilla”, “Pantera Negra”, son de los tantos apodos que hicieron conocido a Manuel Muñoz durante su carrera como futbolista. Dejó de jugar futbol profesional a los 29 años por una lesión, pero más que nada porque no podía vivir del futbol.
Le ofrecieron trabajo en Arica y se mudó con monos y petacas después del Mundial del ’62 donde creció su sentido nacionalista por la puerta Norte de Chile. “Perú está aprovechando el terreno que no es de nadie, y están haciendo pueblo, una ciudad, y nosotros estamos paralizados, estancados en la aduana de Arica. No avanzamos para allá”, nos dice en referencia a los territorios colindantes al Triangulo Terrestre en ambas fronteras.
Y los amigos que hizo desde entonces no vienen del fútbol, precisamente. “Tengo tantos amigos en Arica, pero no por el deporte”, confiesa. Pese a que llegó a la Región nortina como entrenador de Deportes Arica, y luego también de la selección juvenil que convirtió en vice campeón de Chile, con todo no siente haber capitalizado mucho de su trayectoria futbolística. “Nunca conseguimos ni una manzana”, porque “los dirigentes son egoístas” y le dan poco al deporte nacional. Se alejó de las lides mayores al ver “tanta basura”, concluye con un dejo de decepción.
Como un más, valora el esfuerzo de los ariqueños que con su propio empeño salen adelante. Él mismo, junto a su familia, instaló un local de venta de empanadas de marisco, porque su más grande trabajo fue la pesca, de la que se valió para mantener a sus 6 hijos.
En 60 años vio cambiar la ciudad. “Diez días se demoraba uno en el viaje por tierra desde Santiago”. Se vino de la capital por una oferta de trabajo, porque antes “los futbolistas no jugábamos por plata y se ganaba muy poco”, pero como le falló el empleo con su camioneta Ford “tres cuarto”, se dedicó a choferear personal de las empresas.
Chile “no ayuda a los futbolistas adultos, menos a las mujeres”
En la época cuando jugaba en la posición de “punta de lanza”, no existía el fútbol femenino. “No se usaba”, responde. Don Manuel no confía mucho en el desempeño de las mujeres en el juego porque cree que “hay que ser bien varonil para jugar al futbol”. Sin embargo, ve los partidos y le gustan las francesas. Dice que en países como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, “el fútbol es grande para todos” y el deporte en general lleva mucha gente a los estadios. Pero, en cambio, Chile “no ayuda a los futbolistas adultos, menos a las mujeres”.
En los años ’50 el mismo Presidente González Videla los fue a ver como entrenaban en la Escuela de Carabineros en avenida Antonio Varas. Y el fervor llegaba a tanto con el auge del fútbol chileno que para el Panamericano de 1954 “nos prometieron una casa a cada uno si ganábamos o hacíamos buena campaña. Hasta la fecha todavía esperamos la casa”. Esas promesas incumplidas le hicieron perder la confianza en los dirigentes. “Hoy los dirigentes se roban la plata. Todas las instituciones se roban el dinero que es del pueblo y no ayudan al deporte, no hacen más hospitales, no ayudan a la gente pobre”.
Jugaba a toda hora, en la calle, en la tierra y a “pata pelá”
“Yo fui seleccionado chileno más de 7 años, le di honor y alegría a los chilenos cuando hacía los goles, pero qué tengo. Nunca me dieron ni un banderín cuando me retiré”. En cambio, hoy, -su esposa le dice- “te imaginas la plata que hubieras ganado ahora”.
De risa permanente dice estar feliz en Arica, y se le nota. Tiene buenos vecinos en la Población Los Olivos donde vive actualmente y una vejez saludable y alegre. No va nunca al médico porque no se enferma de nada. Su vitalidad se traspasa al núcleo familiar, “mis hijos se sienten orgullosos de mi persona, porque yo no tomo ni fumo”. Claro que no tuvo tiempo para formar equipos de jóvenes porque su amor por el futbol lo cambió por el mar, al que le dedicó la mayor parte de su vida hasta ahora, trabajando como pescador y mariscador “porque con eso viví”.
A su esposa, María Espíndola, la conoció en el estadio, “ella era fanática del deporte, y su mamá también”. Hoy dos de sus hijas lo cuidan, una de ellas, Yaqueline, le atiende el local de empanadas que le dieron en comodato, ubicado en el Estadio “Colo-Colo Muñoz” de Arica “que es para los viejos de la tercera edad”.
Sus padres no querían que jugara a la pelota, ni se enteraron que lo hacía a toda hora, en la calle, en la tierra y a “pata pelá”; los zapatos los conoció recién a los 12 años. Su padre fue estibador y su madre “changa” que son las mariscadoras que andan con el fierrito y la bolsa sacando mariscos. “Ellos se conocieron en la playa, mariscando”, nos revela al punto que su rostro se ilumina.
“Éramos muy pobres en mi casa. Mi madre una mañana me dice: Manuel alguien busca. Qué hiciste anoche porque ese señor es un detective”. Era Alejandro Torres que venía para llevarlo a las grandes ligas cuando todavía “era un negro chico que jugaba con pelotas de trapo que hacía con las medias de mi mamá”. Partió a los 18 años a Santiago.
Solo dos tristezas le ensombrecen el rostro vivaz: que su padre nunca lo vio jugar fútbol y haberle dicho a su único hijo varón al verlo en la cancha, “mejor dedícate a estudiar”. Así de franco es Don Manuel, su certeza es que “para ser buen futbolista se tiene que nacer futbolista”. Aprender es muy difícil, nos dice.
Hoy su nieto Nicolás (17) es el único de la familia que juega futbol, en el equipo Transandino de la Liga Morro de Arica. Manuel, con sus 120 goles a cuesta, nos confiesa que el chico tiene pasta de arquero, y que le ayudará a formarse. “Pero hay que trabajar la técnica”, le advierte. “En el entrenamiento se ve la reacción del jugador”.