Pasaron 60 meses y la gente siguen teniendo la percepción de que las elites políticas, judiciales y financieras hacen de las suyas, las instituciones mal funcionan, mientras el pueblo continúa lleno de problemas con demandas que no tienen solución concreta. De la elocuente frase “no lo vieron venir” se pasó a “no lo saben ver”, con la reiterada afirmación de que “es previsible que venga otro estallido social”. El teólogo Álvaro Ramis sostuvo que “el acontecimiento de octubre interpela a la sociedad entera…y sigue generando más desafíos que conformidad”. Lautaro Carmona, presidente del PC, declaró que “esa inmensa movilización y participación del pueblo por sus intereses y sus demandas, es algo que prevalece, porque nadie ha renunciado a sus derechos, y veremos las formas, pero es de suyo importante considerar que la manifestación por las transformaciones persistirán”. El hito que marcó la historia contemporánea de Chile con sucesos indesmentibles, en una marea popular que se extendió y masificó en las 16 regiones del país, que generó miles de cabildos territoriales, que incluyó una marcha de un millón y medio de personas en Santiago y más de dos millones sumadas las de decenas de otras ciudades, un centenar de conciertos musicales y un intenso “cacerolazo cultural”, la organización de una “primera línea” en las manifestaciones, conformación de brigadas de salud en muchas regiones del país, una labor de decenas de medios alternativos y comunales, el “Súper Lunes” del 4 de noviembre con extendidas manifestaciones sociales y la huelga general del 12 de noviembre convocada por las principales organizaciones sindicales del país.
Hugo Guzmán. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 10/2024. En las oficinas de partidos políticos, organizaciones sindicales, del Gobierno, de las grandes empresas, de centros de estudios, no había ningún indicio de lo que se gestaba, ni siquiera se lo imaginaban. Estaban en sus agendas propias, lejos de las corrientes telúricas que venían desde la base social. La frase “no lo vieron venir” fue elocuente.A cinco años de la revuelta ciudadana del 18 de octubre de 2019 en Chile, que se extendió al menos por tres meses, ahora parece instalarse la frase “no lo saben ver”, cuando de nueva cuenta las entidades políticas e institucionales toman distancia de los hechos, los desvirtúan, los complejizan, los criminalizan, en momentos que los partidos, el Congreso y los empresarios tienen los más bajos niveles de aprobación ciudadana y parecen lejanos de las necesidades e inquietudes del pueblo, con escasas excepciones.
Aquellos meses de 2019 hubo una irrupción popular contra el abuso, la desigualdad, el déficit en derechos y la insensibilidad ante padecimientos de la población.
Pasaron cinco años y la gente sabe de la corrupción en el Poder Judicial con jueces, fiscales y abogados procesados, conoce un nuevo episodio de colusión entre grandes empresas (esta vez los casinos), ve como se frena la reforma que aumenta las pensiones, padece el alza del costo de la vida, observa peleas grotescas y tóxicas en las lides políticas y operaciones de las elites, se indigna al conocer sueldos millonarios de funcionarios del Congreso y el Gobierno, mira que continúan los problemas en acceso a salud de calidad y la educación sigue siendo cara.
Junto a eso, persisten los altos márgenes de utilidades de la banca privada, crece el capital de las familias más ricas del país, continúan las grandes ganancias de los especuladores financieros, las grandes empresas tienen buenas utilidades, continúan los casos de colusión de grandes empresarios, persisten los abusos en diversos ámbitos de la vida cotidiana, consorcios el sector privado de salud sigue beneficiándose de medidas que vienen desde el Estado y el Congreso, las trasnacionales privadas de pensiones no cesan en sus ganancias mientras siguen bajas las pensiones, y un sinfín de ejemplos de beneficios a los consorcios trasnacionales y locales.
Pasaron 60 meses y la gente siguen teniendo la percepción de que las elites políticas, judiciales y financieras hacen de las suyas, las instituciones mal funcionan, mientras el pueblo continúa lleno de problemas con demandas que no tienen solución concreta.
Todo en medio de una fuerte disputa ideológica sobre los acontecimientos de octubre de 2019, sintetizada en que se instalaron las definiciones de “estallido social” y “estallido delictual”.
Por cierto, con la repetitiva frase expresada por académicos, comentaristas y dirigentes políticos de que “es previsible que venga otro estallido social” dadas las condiciones de la sociedad chilena que, en definitiva, muestran que las motivaciones de la explosión popular de 2019 no han variado casi nada de acuerdo a los datos de la economía, el empleo, el acceso a salud y educación, el abuso, la corrupción, la colusiones empresariales, la realidad de los jóvenes, la desigualdad, la inequitativa redistribución del ingreso, las precariedades en las zonas populares y marginadas.
Como sea, lo sucedido en 2019 se ha definido como “un punto de inflexión”, un momento que “cambió a Chile” y dejó atrás “la tasa de leche” de la que habló el expresidente Sebastián Piñera. El analista Daniel Grimnaldi, en un artículo en el diario La Tercera, apuntó que la revuelta social “significó el cierre de un largo ciclo político y el inicio de otro”.
En estas semanas abundan los comentarios en cuanto a que “las demandas del estallido social continúan vigentes y sin resolver”, lo que ya dice mucho respecto a los resultados de aquella movilización nacional. Y quizá el punto más negativo al que se suele aludir, es el fallido cambio de la Constitución, en dos procesos constitucionales que generaron dos textos de nueva Carta Magna que fueron rechazados abrumadoramente por la población en dos plebiscitos.
Parece mentira que a cinco años de la explosión popular que impactó en el sistema político, en el funcionamiento de la sociedad (con su ingrediente cultural), en el desenvolvimiento del modelo neoliberal, en los poderes fácticos, ahora haya coincidencia en cuanto a cierta recomposición de las fuerzas conservadoras e incluso de extrema derecha, sector que ganó hace dos años la primera vuelta electoral presidencial.
El rector de la Universidad Academia Humanismo Cristiano y teólogo, Álvaro Ramis, alertó que “lo complejo es que este giro autoritario en nuestra sociedad se haya convertido en el nuevo espíritu de la época”.
Pero al mismo tiempo, Lautaro Carmona, presidente del Partido Comunista, sostuvo que “esa inmensa movilización y participación del pueblo por sus intereses y sus demandas, es algo que prevalece, porque nadie ha renunciado a sus derechos, y veremos las formas, los acontecimientos, pero es de suyo importante considerar que la manifestación por las transformaciones persistirá, porque hay realidades que transformar”.
Datos claves de una revuelta popular
El dato objetivo apunta a que todo se inició el lunes 14 de octubre de 2019 con la protesta de estudiantes secundarios por el alza en el precio del pasaje del Metro que golpeó a sus familias trabajadoras.
Fue una semana de distintas manifestaciones, con un registro mediático de estudiantes saltando los torniquetes de estaciones del Metro, pero que incluía varias acciones en poblaciones y barrios. Hasta que el viernes 18 se produjo una irrupción sorpresiva/espontánea de cientos de miles de personas en calles, estaciones del Metro, barrios, plazas, poblaciones, universidades y escuelas. En horas de la noche, al menos otras cuatro ciudades se habían plegado a las expresiones populares de Santiago.
Fue una marea popular que, en el transcurso del último trimestre de 2019, se extendió y masificó en las 16 regiones del país, que generó miles de cabildos territoriales, que incluyó una marcha de un millón y medio de personas en Santiago y más de dos millones sumadas las de decenas de otras ciudades, un centenar de conciertos musicales y un intenso “cacerolazo cultural”, la organización de una “primera línea” en las manifestaciones, conformación de brigadas de salud en muchas regiones del país, una labor de decenas de medios alternativos y comunales, el “Súper Lunes” del 4 de noviembre con extendidas manifestaciones sociales y la huelga general del 12 de noviembre convocada por las principales organizaciones sindicales del país.
“Chile despertó”, fueron algunas de las consignas que resaltaron, junto a la evocación del canto de Violeta Parra y Víctor Jara, y de los ejemplos de Salvador Allende y Gladys Marín (“Luchar como Gladys”). El movimiento feminista protagonizó una serie de marchas y actividades, y destacó la perfomance de Las Tesis con “Un violador en tu camino”. Las cicletadas se expandieron como expresión de protesta, junto a masivos cacerolazos y caravanas de autos, y multiplicidad de expresiones artísticas.
Como suele ocurrir en las explosiones sociales espontáneas y marcadamente diversas en sus expresiones, hubo hechos de vandalismo, saqueos y violencia, lo que incluyó la acción represiva y desproporcionada de Carabineros, elementos de las Fuerzas Armadas y grupos extraños como los “intramarchas” que actuaron con violencia y acciones criminales no del todo aclaradas hasta hoy.
Hubo un saldo de una treintena de muertos, más de tres mil heridos, 400 heridos oculares (que mostró un método policial de disparar a la cabeza), más de ocho mil de detenidos a lo largo del país (según cifras formales, lo que indica que pudieron ser varios miles más) y se presentaron ante instancias judiciales más de diez mil cien denuncias por apremios ilegítimos, abusos policiales, agresiones, torturas y lesiones.
El que fuera vicepresidente de la Convención Constitucional, Jaime Bassa, en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique Chile, señaló que “octubre representa la reivindicación popular por construir un orden social más justo e inclusivo, basado en una distribución más equitativa de los bienes y capitales sociales, no sólo los económicos. Octubre representa la emergencia de un modo de organización popular que venía construyéndose a lo largo de los años anteriores a través de movilizaciones sociales que, en clave feminista, estudiantil, sindical o medioambiental, protagonizaron procesos de acumulación de poder social”.
El psicólogo Gustavo Gatica, quien quedó ciego por el impacto de proyectiles disparados por Carabineros, y que como estudiante universitario participó en la revuelta, expresó lo que sintió y pensó mucha gente en esa fecha. En entrevista con el diario La Tercera dijo que “a mí me hizo salir a protestar la desigualdad. Creo que eso es como lo que engloba todo. O sea, había como un tema de desigualdad en el acceso a la salud, el acceso a la educación, el acceso a la vivienda que a mí me sonaba injusto”.
La diputada Lorena Fríes, del Frente Amplio, citada por el periódico El Mercurio, señaló que “hay una condena a lo que fueron los actos de violencia. Hay también un reconocimiento a que esto no puede ser reducido a eso, sino que fueron millones de personas que se manifestaron por problemas estructurales a los que todavía no les hemos dado salida, y por lo tanto, sigue ese malestar”. Y añadió un punto sensible al hablar de la revuelta de 2019: “Es necesario poner sobre la mesa que se violaron los derechos humanos, porque ha habido una tendencia a negar eso, y eso no le hace bien al país…”
A pocos días de cumplirse el aniversario de la revuelta popular, casi 40 organizaciones sociales, de derechos humanos, de profesionales y territoriales, emitieron una declaración pública donde se señaló que “a cinco años de la Revuelta Social de octubre, las organizaciones firmantes reiteramos tanto la legitimidad de la protesta social, como la plena vigencia de las demandas que dieron origen a este proceso, reflejo de las duras condiciones en que la mayoría de los chilenos y chilenas vive cotidianamente, sin acceso a derechos básicos. Hoy más que nunca constituye un imperativo continuar nuestra exigencia de avanzar hacia una sociedad democrática, basada en la justicia social y fundada en el respeto y garantía de los derechos humanos”.
Como sea, y dado la evidente disputa del proyecto-país que se expresó en esos meses de 2019, y como se vio una fuerza social/popular confrontada con la institucionalidad política, el modelo económico y los poderes fácticos, las controversias persistirán, los conservadores sosteniendo la tesis de la violencia y la criminalización, y los sectores transformadores insistiendo en el carácter reivindicativo y ciudadano de la revuelta.
Por cierto, con el ingrediente nada menor de que el eje de todo esto son las demandas de dignidad y derechos que el pueblo chileno ve incumplidas lo que, de paso, genera grados de frustración por lo no alcanzado en el marco del estallido social.
Álvaro Ramis, en el escrito publicado en Le Monde Diplomatique, expresó que “el acontecimiento de octubre todavía puede ofrecer una alternativa. Pero para captar su mensaje es necesario abandonar la idea de victoria y derrota…El intercambio justo de ideas y la deliberación deben ser reconsideradas como ideales sociales. El acontecimiento de octubre interpela a la sociedad entera”. Y sostuvo que “octubre puede ser un acontecimiento a desentrañar, que sigue generando más preguntas que respuestas y más desafíos que conformidad”.