Si no hay una política capaz de comprender y responder a las demandas de un país y una sociedad, dejemos espacio a la sociología. Por mucho que pese a las elites, a los poderes crepusculares y a los controladores, el país sigue vivo tanto como sus necesidades. Y se mueve. Chile vive una regresión al discurso neoliberal más básico solo sostenido sobre la publicidad y la mentira, pero también sufre, como consecuencia de ello, un proceso de transformación sin precedentes. Si el 2019 “no lo vieron venir”, lo que ha venido después tampoco.
Paul Walder. Periodista. “El Clarín”. Santiago. 10/2024. El 18-O sigue presente. A cinco años del estallido social de octubre de 2019 Chile ha padecido en un proceso circular de clausura y regresión autoritaria. En su reverso, las causas de la revuelta popular han sido cristalizadas y cauteladas por una narrativa pergeñada por las elites que vincula cambios y transformaciones con la violencia y el caos. Un relato del miedo ha sido levantado por el establishment político y económico y amplificado por sus medios de masas. En cinco años el país ha ingresado en un circuito que por el momento no tiene salida.
Durante estos cinco años el país ha vivido una nueva intensidad histórica. Las tensiones propias de un orden económico extremo diseñado a la medida de sus controladores, que condujeron al 18-O, no solo siguen presentes sino que han buscado y encontrado nuevas vías de escape. Aquello que la política frena y oculta, con un registro destemplado y distorsionado en la actual conformación parlamentaria, busca otros cauces para alcanzar aquello que el actual régimen sigue negando.
Si no hay una política capaz de comprender y responder a las demandas de un país y una sociedad, dejemos espacio a la sociología. Por mucho que pese a las elites, a los poderes crepusculares y a los controladores, el país sigue vivo tanto como sus necesidades. Y se mueve. Chile vive una regresión al discurso neoliberal más básico solo sostenido sobre la publicidad y la mentira, pero también sufre, como consecuencia de ello, un proceso de transformación sin precedentes. Si el 2019 “no lo vieron venir”, lo que ha venido después tampoco.
La sociedad chilena, principalmente la urbana, ha sufrido cambios que sorprenden y asustan. Cualquier sondeo de opinión exhibe a la chilena como una de las sociedades más aterrorizadas del mundo conocido. En escasos cinco años la violencia vinculada al crimen organizado, a la economía ilegal y a la corrupción ha reconfigurado las estructuras sociales. Cinco años que han contenido desde la insoportable densidad de las causas de la injusticia y desigualdad expresadas en el estallido, una pandemia con un largo encierro y toque de queda, la frustrada posibilidad de liberarnos de la camisa de fuerza de la Constitución Pinochet-Lagos, hasta olas migratorias sin precedentes en la historia reciente. Un peso insostenible de diversos fenómenos que están volcados a nuevas vías de canalización.
Esta semana han sido publicadas varias encuestas basadas en el 18 de octubre. Todas ellas confirman que la gran percepción que tienen los chilenos es que las demandas que llevaron al estallido social no han sido cumplidas por los partidos. Los sondeos confirman también el desanclaje completo entre la ciudadanía y el sistema político, un malestar evidente con todas las elites y un creciente individualismo marcado a su vez por la frustración. Los sueños colectivos devienen en frustración y rabia individual.
El estallido fue el efecto de un descontento social generalizado afirman sin dudas la gran mayoría de la población. Y una parte muy significativa de ella sigue identificándose con las causas y motivaciones que dieron lugar a las protestas. El estudio también revela transformaciones importantes en la sociedad chilena durante los últimos cinco años. Se ha observado un reemplazo del sentimiento de comunidad por un creciente individualismo. Las protestas y sus símbolos como los activistas en la primera línea de combate callejero han perdido legitimidad, lo que refleja un desencanto, especialmente entre los jóvenes, respecto al uso de la fuerza en el ámbito político y social.
En cinco años, Chile ha transitado de un clima de esperanza a uno de preocupación. La mayoría de los encuestados considera que la principal prioridad actual es la delincuencia, y considera que Chile es un país peor ahora en comparación con años anteriores. Este dato contrasta con la percepción de 2019, cuando el 75 por ciento de la población creía que, superada la crisis, el país sería mejor. De la esperanza a la frustración, la decepción y el miedo.
La violencia colectiva para expresar la rabia contenida por décadas de frustración y promesas no cumplidas derivó en una violencia individual, acaso grupal. La frustración de las grandes mayorías en un orden político y económico diseñado para el goce de unos pocos crea vías de acceso rápido. Si el mercado te niega el acceso lo harás por los mercados ilegales. La violencia del estallido, negada por las elites como una expresión legítima de los pueblos sometidos, tiene ahora otras vías de escape. Tal como en la mayoría de los países de nuestra región que han sufrido el peso de las injusticias, la clausura a sus demandas ha derivado en una guerra de bandas, de todos contra todos, en esas nuevas formas de guerra que observa Rita Segato. Es el mismo capitalismo, pero recargado.
El fracaso del crédito universitario CAE y la educación como ascensor social y económico, el mercado laboral limitado y controlado, la falsa meritocracia, el control de todo el poder por las diversas y muy corruptas oligarquías, empuja a los marginados y frustrados a nuevas formas de vida. Sin sueños colectivos, sin organizaciones ni proyecciones. Cuando la oferta de vida no es otra que asistir al gran mercado para engrosar los beneficios ajenos con la esclavitud horaria y el salario mínimo, los mercados ilegales son la alternativa.
Sin acceso a una educación, “digna y gratuita” como tanto gritaron, con trabajos precarios de sobrevivencia, sin posibilidades de una vivienda decente, con hipotecas imposibles de asumir, las proyecciones de vida han tomado nuevos derroteros. En los mercados ilegales son muchos los que caben, a diferencia del mercado controlado por los grupos de poder. Desde el micro tráfico entre estudiantes y pobladoras al ladronaje, de los lanzazos a los portonazos y al crimen organizado. La vida puede ser más corta pero es más intensa y puede lograr a través de un atajo los objetivos del sentido de vivir en el orden neoliberal.