Francisco Covarrubias planteó que “la pregunta de fondo es por qué después del infierno de ese 18 de octubre, inmediata y espontáneamente, la gente salió no a pedir orden, sino que a apoyar la violencia”. Un editorial de El Mercurio apuntó a que “el vandalismo octubrista” contribuyó “decisivamente a la crisis de seguridad pública que hoy angustia a la población”. Juan Luis Ossa condenó “la violencia callejera que se desató en Santiago, y que pronto fue replicada en otras ciudades, (y) se expresó en barricadas, incendios y combates cuerpo a cuerpo”. Daniel Mansuy señaló que “la izquierda, en distintos grados, dejó de creer en la política y sus instituciones”. “Octubre de 2019 es un momento de catarsis social destructiva en que se legitimó que todos los límites normativos que hacen posibles la convivencia pacífica fueran pasados por encima” escribió Pablo Ortúzar. El Partido Republicano emitió una declaración donde se señaló que el 18/O “es un día en que los chilenos sentimos vergüenza…cuando comenzó un período de insurrección donde un grupo de vándalos y delincuentes quemaron, saquearon y destruyeron Chile”.
Gonzalo Magueda. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 10/2024. “Actos violentos”, “vandalismo octubrista”, “dinámicas nefastas”, “octubrismo criminal”, “radicalismo violento”, “destruyeron Chile”, “se expresó el salvajismo”, “se impuso el caos”, “infierno de octubre”, son algunas de las palabras que salen de la boca de personeros de la derecha, la extrema derecha y también se segmentos liberales y socialdemócratas para referirse a la revuelta social de 2019.
Francisco Covarrubias, columnista de El Mercurio, escribió que “la pregunta de fondo es por qué después del infierno de ese 18 de octubre, inmediata y espontáneamente, la gente salió no a pedir orden, sino que a apoyar la violencia…no salieron a pedir que detuvieran a los delincuentes que habían quemado la empresa orgullo nacional, sino que en el fondo salieron a apoyar el salvajismo”.
En el Portal Web del Centro de Estudios Públicos (CEP), Juan Luis Ossa habló de la violencia en las revoluciones, como la mexicana, la francesa o la rusa, y estableció que “la violencia callejera que se desató en Santiago, y que pronto fue replicada en otras ciudades, se expresó en barricadas, incendios y combates cuerpo a cuerpo, es decir, en prácticas que suelen ser calificadas como revolucionarias. Si se trata de cuantificar el número de actos vandálicos de los octubristas, la comparación con las revoluciones nombradas arriba no se queda corta ni es antojadiza” e indicó que “la violencia política se tomó la cotidianeidad de las grandes urbes chilenas”.
El expresidente Eduardo Frei Ruíz-Tagle, en un discurso, expresó que “después del estallido social vino lo que llamamos en Chile lumpen, la delincuencia, lo anárquico. Que destruyeron algo que Chile había construido por años. En un día destruyeron diez estaciones de Metro…las iglesias”.
El Partido Republicano emitió una declaración donde se señaló que el 18/O “es un día en que los chilenos sentimos vergüenza…cuando comenzó un período de insurrección donde un grupo de vándalos y delincuentes quemaron, saquearon y destruyeron Chile”.
Daniel Mansuy, en su habitual columna de El Mercurio, señaló que “la izquierda, en distintos grados, dejó de creer en la política y sus instituciones. Cada cual tuvo su motivo: la centroizquierda, por un complejo de inferioridad psicológica y moral; el Partido Comunista, por convicción revolucionaria, y el Frente Amplio, por lirismo adolescente”.
En un editorial, el diario El Mercurio apuntó a que durante el estallido social hubo un “intento de demoler la legitimidad del actuar policial” y que “el vandalismo octubrista” contribuyó “decisivamente a la crisis de seguridad pública que hoy angustia a la población”.
Precisamente ese periódico junto a la empresa “Black&White” realizaron una encuesta cuyos resultados fueron muy destacados en la sección de Reportajes del medio de comunicación, donde todo apuntó a la condena y la crítica a la revuelta social de 2019. “Rabia y frustración, los sentimientos que predominan al recordar el estallido” fue el título principal. Hubo otros titulares como “La Moneda, en riesgo de caer ante la violencia”, “el deterioro urbano que dejó la ola de violencia” y “los lastres nacidos en el auge octubrista que aún afectan a la economía”.
“El octubrismo sigue vivo” declaró la ultraderechista Marcela Cubillos atribuyendo a eso las denuncias y críticas por su sueldo de 17 millones en la Universidad San Sebastián, y no pocos candidatos de Chile Vamos y el Partido Republicano hablan del “octubrismo vandálico” en estas semanas de campaña.
“Octubre de 2019 es un momento de catarsis social destructiva en que se legitimó que todos los límites normativos que hacen posibles la convivencia pacífica fueran pasados por encima” escribió Pablo Ortúzar en La Tercera, y afirmó que durante el estallido social “ondearon banderas negras y mapuches, se quemaron iglesias, se validó todo tipo de acto de transgresión”.
En El Líbero, Álvaro Vergara, manifestó que “los octubristas intentaron con más o menos éxito legitimar, controlar y luego usufructuar de la violencia callejera, arrogándose la representación del pueblo”.
Desde partidos de la derecha y la extrema derecha se acusa a la izquierda y el oficialismo de “ser cómplices de la violencia”, ser “serviles a la agenda de la izquierda radical”, y se entregó “el respaldo completo” a Carabineros y las Fuerzas Armadas en su tarea de “mantener el orden y la paz” en el país.
Es más larga la lista de citas que surgen desde el conservadurismo, la derecha y la ultraderecha definiendo lo ocurrido en la revuelta social de 2019 como un suceso violento, vandálico, anárquico, destructivo, irracional. Incluyendo miradas psicológicas para explicar por qué la izquierda respaldó el violentismo de 2019.
Leer lo que se plantea desde esos sectores conservadores y contra-transformadores constata que en torno de la revuelta se construye un relato violento, descalificador y de omisión de antecedentes claves.
En la revisión del último mes de medios afines a la derecha y la ultraderecha, de centros de estudios de esos sectores, de intelectuales y columnistas identificados con esas posturas, hay muy escasas referencias, por ejemplo, a las marchas sucedidas en varias regiones del país en 2019 que reunieron a alrededor de 2 millones de personas, a los miles de cabildos ciudadanos, a la huelga general y el “súper lunes” de noviembre, al activismo cultural de esos meses, a las movilizaciones feministas, a las demandas sociales y de derechos de cientos de miles de personas, a la activación de centros culturales, juntas de vecinos, clubes deportivos y de adultos mayores, de organizaciones sindicales, sociales y de profesionales, a la manifestación pidiendo el fin de las AFP.
Tampoco hay referencias a la situación de violación a los derechos humanos, los 400 heridos oculares, los más de 3 mil heridos, los procesos judiciales contra agentes del Estado por casos represivos, pero sí se expresa la condena a que haya pocos “presos de la revuelta”, la evasión en el Metro, la ayuda del Estado a víctimas de la violencia policial y las críticas que se hicieron al expresidente Sebastián Piñera, incluida una acusación constitucional y su procesamiento por crímenes de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos.
Todo en el marco de la disputa ideológica respecto al carácter y contenidos del estallido social de 2019.