11/S. El enemigo

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Viejos veteranos de la guerra fría ( ) no están, sin duda, descontentos por el cariz que han tomado las cosas. Quizás, incluso, consideran que se trata de una ganga. Porque, milagrosamente, los atentados del 11 de septiembre les restituyen una base estratégica mayor que la que el hundimiento de la Unión Soviética les había privado durante 10 años: ¡un enemigo al fin! Bajo el nombre de “terrorismo”.

Ignacio Ramonet. Periodista. Publicado en “Le Monde Diplomatique”. 10/2001. Fue el 11 de septiembre. Desviados de sus rutas ordinarias por pilotos decididos a todo, los aviones lanzados hacia el corazón de la gran ciudad, resueltos a abatir los símbolos de un sistema político detestado. Muy rápido: las explosiones, las fachadas que vuelan en pedazos, los hundimientos de las torres en un estruendo infernal, los supervivientes aterrados huyendo entre escombros. Y los medios que trasmiten la tragedia en directo…

¿Nueva York 2001? No: Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973. Con la complicidad de Estados Unidos, golpe de Estado del general Augusto Pinochet contra el socialista Salvador Allende, y bombardeo del palacio presidencial por la Fuerza Aérea. Algunas decenas de muertos y el principio de un largo régimen de terror de 17 años.

Por supuesto, es legítima la compasión por las víctimas inocentes de los atentados de Nueva York. ¿Cómo no vamos a convenir que Estados Unidos no es (no más que nadie) un país inocente? ¿No ha participado en acciones políticas violentas, ilegales y a menudo clandestinas en América Latina, en Africa, en Oriente Medio, en Asia, cuya consecuencia es una trágica serie de muertos, de “desaparecidos”, de torturados, de encarcelados, de exiliados?

La actitud de los dirigentes de los medios occidentales, su demagogia proestadunidense, no debe ocultarnos la realidad. A través del mundo, y en particular en los países del sur, el sentimiento más a menudo expresado por la opinión pública en ocasión de estos condenables atentados ha sido: “¡Esto que les ha pasado es muy triste, pero lo tienen bien merecido!”.

Para comprender tal reacción no es inútil recordar que a todo lo largo de la guerra fría (1948-1989) Estados Unidos se había lanzado en una cruzada contra el comunismo, la cual tomó, a veces, trazas de guerra de exterminio: miles de comunistas liquidados en Irán, 200 mil de la oposición de izquierda aniquilados en Guatemala, casi un millón de comunistas aniquilados en Indonesia. Las páginas más atroces del imperialismo estadunidense fueron escritas en el curso de estos años, marcados igualmente por los horrores de la guerra de Vietnam (1962-1975).

Era ya “el bien contra el mal”. Pero en aquella época, según Washington, sostener a los terroristas no era obligatoriamente inmoral. Por medios camuflados de la CIA, Estados Unidos preconizó atentados en lugares públicos, secuestros de aviones, sabotajes y asesinatos. En Cuba contra el régimen de Fidel Castro; en Nicaragua contra los sandinistas, o en Afganistán contra los soviéticos.

Es ahí, en Afganistán, con el sostén de dos Estados muy poco democráticos, Arabia Saudita y Pakistán, donde Washington anima durante los años 70 la creación de brigadas islamitas reclutadas en el mundo árabe musulmán y compuestas de lo que los medios llaman los “combatientes por la libertad”. Es en estas circunstancias, se sabe, que la CIA contrata y forma al futuro célebre Osama Bin Laden.

Desde 1991 Estados Unidos se ha instalado en una posición de hiperpotencia única y ha marginado, de hecho, a la ONU. Había prometido instaurar un nuevo orden internacional más justo, en el nombre del cual ha conducido la guerra contra Irak. Pero, en revancha, ha permanecido en una escandalosa parcialidad en favor de Israel, en detrimento de los derechos de los palestinos. Además, a pesar de las protestas internacionales, ha mantenido un implacable embargo contra Irak, que salva al régimen y mata a miles de inocentes. Todo ello ha ulcerado las opiniones del mundo árabe musulmán y ha facilitado la creación de un abono con el que se ha desarrollado un islamismo radicalmente antiestadunidense.

Al igual que el doctor Frankenstein, Estados Unidos ve ahora cómo su antiguo invento -Osama Bin Laden- se vuelve contra él con violencia demencial y se dispone a combatirlo apoyándose sobre los dos Estados -Arabia Saudita y Pakistán- que desde hace 30 años son los que más han contribuido a extender a través del mundo las redes de radicales islamitas, y cuando ha sido necesario con la ayuda de métodos terroristas.

Viejos veteranos de la guerra fría, los hombres que rodean al presidente George W. Bush no están, sin duda, descontentos por el cariz que han tomado las cosas. Quizás, incluso, consideran que se trata de una ganga. Porque, milagrosamente, los atentados del 11 de septiembre les restituyen una base estratégica mayor que la que el hundimiento de la Unión Soviética les había privado durante 10 años: ¡un enemigo al fin! Bajo el nombre de “terrorismo”, este enemigo designado, cada uno lo habrá comprendido, es desde ahora el islamismo radical. Todos los patinazos más temidos corren el riesgo de producirse. Comprendida una moderna versión del macarthismo, cuyo blanco principal serán los adversarios de la globalización.

¿Usted amó el anticomunismo? Ahora adorará el antislamismo.