El mercado atiende al individuo que puede resistirlo, la lucha se convierte en sobrevivencia excluyente. Se impone el más fuerte por sus recursos o por artimañas.
Fernando Bahamonde
Profesor
Punta Arenas. 14/04/2020. El Covid-19 más allá de desnudar el modelo económico-social, la forma que adquirió el Estado y las negligencias de gestión del gobierno ha permitido observar cuál es el comportamiento social y cuan cerca o lejos nos encontramos de ser una comunidad que es evidenciable aún más nítidamente cuando vivimos una crisis.
Desde 1990 con el consenso concertacionista el neoliberalismo se impuso como modelo dominante que cubrió todo el aparataje del Estado, y subterráneamente se impuso como ideología en amplias capas de la población que tuvieron acceso como nunca a bienes de consumo.
Parte del conceso se fundamentó como la necesaria autonomía de los mercados para asegurar el crecimiento y separación de la economía de la sociedad, imponiéndose el individuo despolitizado sobre el conjunto. Este es un ámbito donde la política fue desplazada por la tecnocracia.
El tecnócrata es aquel que se ha titulado en universidades nacionales, en el mejor de los casos, para luego continuar estudios en prestigiosas universidades extrajeras para terminar desdeñando la política y acusar cualquier atisbo de política como algo peligrosamente ideológico a pesar de tener una militancia. Idealmente y sin problemas pasan de ser ministros o altos asesores de ministerios al mundo privado. En este escenario es imposible que un Américo Zorrilla fuera ministro de hacienda o un Pascual Barraza tuviera a su cargo la cartera de OO. PP como ocurrió durante la UP. La tecnocracia es la representación cabal del quiebre de la política con la sociedad, fractura que hoy se expresa en el Chile en crisis.
En momentos de crisis germinan comportamientos atávicos que han estado incubados las últimas décadas. Debemos situarnos lejos de la idea de que todo tiempo pasado fue mejor, eso sólo opera en aquellos mayores que recuerdan con nostalgia su juventud, pero socialmente existen prácticas que se han impuesto deliberadamente para dotar de sentido común irreflexivo al individuo al sentenciar rápidamente como certeza irrefutable todo el mundo existente. A modo de ejemplo, instancias como la Teletón no son otra cosa que un mecanismo de la privatización de la solidaridad. En el mismo sentido se puede citar la cabalgata de las walkirias de helicópteros hacia el litoral central el pasado viernes santo de feriado.
Es aquí donde aparecen los aplausos nocturnos y, por otra parte, los rechazos a funcionarios de la salud en sus hogares y por sus propios vecinos. Hace un par de semanas el puerto de Punta Arenas protagonizó un hecho bochornoso donde fuimos testigos de un grupo de vecinos rechazando la entrada de pasajeros de un crucero. Todos los días, a su vez, observamos diferentes formas de acaparamiento de productos básicos por parte de los consumidores y paralelamente el alza de los precios. En pocas semanas el gran empresariado traspasado la especulación al pequeño comerciante del almacén, de ahí un paso al mercado negro.
El mercado atiende al individuo que puede resistirlo, la lucha se convierte en sobrevivencia excluyente. Se impone el más fuerte por sus recursos o por artimañas. La desesperación y la irracionalidad tienen una cara política fascista. La sociedad se constituye por instituciones que norman diferentes ámbitos de la vida, pero cuando carecen de legitimidad social y política es entonces que el hombre es un lobo para el hombre.
Es cierto que las leyes son una red que establece un marco regulatorio que es sostenido por la institucionalidad, pero este marco forma la sociedad de manera vertical no es capaz de transformar práctica sociales individualistas y excluyentes.
Se deben contraponer nociones, como de sociedad y comunidad. La primera se sostiene desde arriba como voluntad de todos impuesta con el supuesto de bien común, pero que en definitiva no es otra cosa que la suma de los intereses privados, donde una minoría impone sus intereses a la mayoría. A su vez la comunidad tiene como prioridad lo público en tanto voluntad general que es colectiva de mayorías.
Las múltiples crisis que hoy colisionan en nuestro país nos deben empujar a revalorizar a la política como el instrumento por el cual la sociedad es superada y define su propio destino hacia la comunidad de hombres y mujeres libres lo que equivale a que traspasar las instancias formales de participación liberal en el mero acto electoral que ocurre de tarde en tarde. La existencia siempre ofrece la una oportunidad de avanzar junto a otros para transformar lo conocido, en la medida que somos capaces de transformarnos a nosotros mismos.